Opinión

Cartas Galicia-Madrid: "Se acerca el invierno" y "Un escarabajo muerto"

"Se acerca el invierno"


Se acaba agosto. Y no lo digo influido por la moda de dar protagonismo al irrelevante paso de los meses o las estaciones. Ya sabes, me refiero a esa corriente informativa que lleva a convertir en noticia de alcance el hecho de que haga calor en verano o que nieve en invierno. No. A lo que quiero referirme es al pavor que produce la llegada de septiembre. El mes que marca la venida del otoño es a todas luces el principio del fin, el primer párrafo del Apocalipsis, el acabose. Es el inicio de un periodo oscuro de crisis energética, hecatombe económica, conflictos geopolíticos y nuevas pandemias. Y eso por no citar las terribles catástrofes naturales que completarán el ocaso de este mundo decadente.

Extrañamente, lo que he encontrado en mi periplo veraniego por distintos lugares del país es gente disfrutando sus vacaciones sin el más mínimo recato y sin aparente límite en el gasto. Dicho en tono coloquial: los bares y restaurantes están a rebosar, las terrazas al completo y los hoteles petados. Parece que el personal ha apostado por el carpe diem y que, viendo la que dicen que se avecina, ha decido que es mucho mejor que nos quiten lo bailado y hacer aguas mayores en el convento dado el tiempo que nos queda dentro. Y aquí andamos, tarareando el Despechá de Rosalía, regando el gaznate con tinto de verano y cavilando sobra las razones que han llevado a Casemiro al Manchester United.

La gente parece tan ajena a la realidad que hasta el Gobierno ha tenido que redactar una ley para hacernos saber a todos que el sí es sí y el no es no. Estamos tan ausentes que nuestros dirigentes han debido ocuparse de apagar la luz de los escaparates y regularnos el aire acondicionado. Anda el pueblo tan alelado que no se ha enterado de que la península ibérica es hoy isla energética y mañana ínsula Barataria. Pobres abnegados mandatarios los que se ven obligados a cuidar del rebaño ciudadano porque por nosotros mismos no pensamos más que en pasarlo bien y gozar la vida loca.

Pues bien, que empiecen a sonar las lentas y a encender las luces de la sala porque llega la hora del cierre. Esto no es Jauja, es Invernalia. Se acerca el invierno a los siete reinos y Putin seguirá haciendo honor a su apellido, será más barato comprar un kilo de angulas que un kilowatio, tener gases será un lujo a la altura de unos pocos privilegiados y volveremos a calentarnos y a cocinar con leña, pero solo aquellos que tengan cerca un monte que aún no se haya quemado.

Solo puede salvarnos de la extinción una persona, Pedro Sánchez, al frente de un grupo de ministros y ministras entregados y entregadas a la noble tarea de procurar el bien común, apoyado por sus socios y socias, que suponen hoy en día la viva imagen de la lealtad institucional. Menos mal que el altruismo de los independentistas catalanes y vascos está rescatando España, contribuyendo a aprobar las leyes que la nación necesita. Tal es su entrega que incluso parecen dispuestos a enfrentarse a las sentencias injustas de la Justicia, esas que se atreven a condenar a un presidente autonómico por el simple hecho de que durante su mandato se malversaran unos cientos de millones de euros. Solo nos queda la esperanza de que el presidente del Gobierno logre su objetivo de dar el salto a la política europea y convertirse en el vigía que la civilización occidental necesita. Esa es la misión a la que se siente llamado después de comprobar que, de presentarse a la reelección en España, cosecharía un profundo fracaso electoral. Ya ves, compadre, así de injustos y necios somos los ciudadanos que no sabemos valorar su ímprobo esfuerzo.

"Un escarabajo muerto"


Me niego a admitir que se acaba agosto justo el día en que por fin me he desplazado a las inmediaciones de la ría y la playa de mi vida. A través de los años, uno adquiere la capacidad de sentirse de vacaciones solo en un lugar. Sí, hay excepciones, gente que solo se siente de veraneo cuando viaja a cualquier lugar lejano. No es mi caso. Puedo pasar quince días en el extranjero sin hacer nada y mantener la sensación de estar haciendo trabajo de campo para mi oficio de escritor, como cuando piso una discoteca, pero la verdad es que, de vacaciones, lo que se dice de vacaciones, incluso aunque técnicamente no lo esté, solo me siento en el pueblo donde veraneaba de niño. Así que por mi te puedes llevar al fondo de un pozo todos esos malos augurios. Un respeto por la gente que veranea en el crepúsculo estival de septiembre, y lo goza en las playas que Dios nos ha dado, mientras tú ya estás con los madrugones, las ojeras, y las risas en Las Mañanas de Kiss FM. 

No te niego, en cambio, que el Gobierno está trabajando duro para que el invierno nos caiga encima como una losa, con la confluencia de todas las crisis posibles, vaciándonos los bolsillos día tras día, y pariendo prohibiciones como una coneja inmensa, mientras las arcas del Estado no dejan de zampar euros como un animal voraz. Que está bien que nos den la matraca con lo de apretarse el cinturón –expresión por otra parte bastante gilipollas- pero que lo que echamos de menos la mayoría de los ciudadanos es que se lo apriete el Gobierno más gigante de la historia, con más ministerios que militantes, con más partidas idiotas que idiotas en los partidos, que ya es decir. 

Hoy mismo he leído que Garzón vuelve a la carga con su huelga de juguetes. Hay dos clases de niños. Todos hemos sido alguno de ellos. Los que hacen el tonto en público una vez, son reprendidos por padres o tutores, y se encargan personalmente de no repetir la bobada porque les ha pellizcado la conciencia el sentido del ridículo, y los otros, los que al verse corregidos repiten la niñería con estruendo una y otra vez, a menudo con el único objetivo de llamar la atención. Garzón es como esta segunda clase de niños. Organizó una huelga de juguetes en Navidad para erradicar no sé qué sexismo en las pelotas y las muñecas, la mayoría de los articulistas de España aprovechamos para explicarle lo bobo que nos parece, y tan pronto como termina el verano, lo primero que hace es amenazar con repetir la trastada. 

Sin duda lo que necesita esta España al borde de la quiebra es una maldita huelga de juguetes, con sus correspondientes miles de euros despilfarrados en la campaña. Euros míos y tuyos, los que pagamos en impuestos al Gobierno de la mañana a la noche, o con esas cuotas de autónomos, o con esa alegría de vivir que es ir a la gasolinera o pagar multas de tráfico hasta por respirar. Que, si fueran euros suyos, a mi como si se opera y se cambia de sexo y pasa a llamarse Garzona o Garceta. Pero no, son los nuestros y los de nuestros lectores. Y nos piden que apaguemos la luz. Será para que no se vea con tanta nitidez su incompetencia.

No creas, compadre, que me dejo llevar por la crispación, esa que tanto le convenía a Zapatero, y que ahora Sánchez dice que también le viene bien. En realidad, contemplo esta bellísima ría y durante un rato se me olvidan todos los males de esta España tuya, esta España nuestra. Pero sí, no te lo niego, el resto del tiempo, sobre todo cuando abro el BOE, me siento como aquel desgraciado que tan bien definió Wodehouse: “tenía el aspecto de alguien que ha bebido la copa de la vida y se ha encontrado un escarabajo muerto en el fondo”.

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