Opinión

Galicia, esperta do teu sono

Desde los primeros tiempos los mouros (los primitivos e incluso mitológicos) habitaban las tierras galaicas, y otros grupos humanos asentados desde el Neolítico. Huyendo de la época glaciar, probablemente, llegan los celtas, que se funden con los habitantes, por ellos los romanos la llamaron Gallaecia. El gran número de dólmenes nos indica una población densa y dispersa que, según los análisis arqueológicos, se abastecía de la ganadería basada en el ganado vacuno, cerdos, cabras y ovejas, complementada con una agricultura de cereales y leguminosas, sin abandonar las técnicas mesolíticas de caza, realmente una privilegiada zona de paso fluvial y marítimo que favoreció la preeminencia de la población. En esta situación llegaron los romanos que reconocieron su generosa tierra de clima templado y abundante en sus bienes naturales. Conocedores de todo lo bueno que había, explotaron sus tierras, las aguas termales, las minas, en especial el oro, y su vino criado en las laderas de las montañas.

Galicia crece desde el inicio, aumentando en los primeros años del siglo V con la llegada de los suevos, que crean el Reino de Galicia, considerado como el primer estado europeo. Nace el Camino de Santiago, lo que le proporcionó ser conocida en el mundo, e iniciándose en la cultura, gracias a los monjes benedictinos, dominicos y de Cluny. Entre 1591 y 1752 duplicó su población, a lo que ayudó el saber aprovechar su agricultura tradicional y ganadería autosuficiente, y adaptar la buena tierra para los nuevos productos americanos, como el maíz y la patata.

En el censo de 1787 Galicia tenía 1,3 millones de gallegos, frente a los catalanes que sólo tenían 802.000 personas; hoy ellos tienen 7.441.176 habitantes frente a los 2.707.700 de Galicia. Tuvo una buena industria popular, el lino, las salazones de pescado, la minería, las exportaciones ganaderas, el comercio de sus puertos… Amplia actividad, conseguida con trabajo, siendo su mejor época el siglo XVIII. En el XIX entrará en crisis. Fue un colapso de naturaleza maltusiana: se torna incapaz de atender las necesidades que genera su bum demográfico, y da lugar a un éxodo de magnitudes trágicas, emigración que aún sufre hoy.
A ese colapso ayudó, y mucho, la apuesta estatal por la industria del algodón y consecuentemente la textil en el este peninsular, en el Mediterráneo noreste, protegida con aranceles reiterados por todos los gobiernos de España, lo que deja sin salida al lino, que era una de las mayores empresas gallegas. Los nuevos impuestos del Estado, que sustituyen a los eclesiásticos, desamparan al campesino al obligarle a pagar en líquido, en vez de en especies. Así, Galicia empieza su declive por decisiones políticas, que la empujan y obligan a cambiar su vida tradicional. Está aislada por ferrocarril, la electricidad llega casi en el último lugar de la península, y con unas carreteras infames. El noroeste languidece, lejano, ajeno a los nuevos focos fabriles con el monopolio protegido de la industria textil en Cataluña, y de la siderurgia en el País Vasco, que también será empresa de interés nacional. Renace un poco por su esfuerzo y por el dinero de los emigrantes en el siglo XX, creando una industria conservará de calidad (la lechera no le iba a la zaga), con una gran flota pesquera que llegó a ser la tercera del mundo tras Rusia y Japón, y unos astilleros que producían de todo, incluidas plataformas petrolíferas, y con gran calidad. La entrada en la UE fue un gran golpe, perdiendo lo que tenía, incluidas la propiedad de la energía eléctrica y de sus entidades financieras. La famosa carne de la vaca rubia gallega, comparable a la de Ávila o Argentina, está desapareciendo. Coren, Citroën, Gadis, la incipiente, y en otros momentos muy pujante, industria termal (de la que se espera más), la lechera con Deleite, Celta, Feiraco, Larsa, Rio, Leite Noso, la industria del queso con nombres muy conocidos: San Simón, de Arzúa-Ulloa, de O Cebreiro y de Tetilla (nacidos al amparo de los Caminos de Santiago), la industrial textil y comercial de Adolfo Domínguez, Roberto Verino, Inditex, la incipiente exportación del vino, y una vuelta al renacido y cada día más transitado Camino de Santiago… todo nos puede revitalizar. Nuestros astilleros siguen siendo de los mejores del mundo, no deben andar “mendigando” barcos, fragatas… para construir. Nuestra cocina es de las mejores, sin hablar del excepcional marisco, lo mismo que nuestras playas. Aprovechemos el Camino (caminos) de Santiago para que lo conozcan. 

Seguro que hay más, lo que me conduce a afirmar que sabemos y debemos recuperar el esplendor del XVIII, la historia nos demuestra que somos nosotros los que tenemos que recuperar el lugar que Galicia merece en el mundo.

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