Opinión

La visita

VIERNES, 19 DE NOVIEMBRE

Ayer había eclipse de luna. Y ayer hubo un temblor en la vieja Auria. Sucedió un encuentro entre vivos y muertos. Justo a las siete de la tarde, cuando sonó el cornetín para iniciar la extensa manifestación SOS, salieron de sus tumbas uno a uno todos los que pertenecieron a aquella generación luminosa que alguien llamó con acierto Xeración Nós.

Ayer se iluminaron los balcones de los cuatrocientos metros a la redonda, ahí, en la plaza del Hierro donde nacieron, crecieron, caminaron y dialogaron en los viejos cafés, tal2021-11-21 ANGULO INVERSO Ilust.jpg_web les enseñó el gran Sócrates. Risco, Blanco Amor, Otero Pedrayo, entre otros, nacieron en ese triángulo mágico de cuatrocientos metros a la redonda alrededor de la plaza del Hierro. Algunos gustaban de trasnochar y caminar por Ourense hasta muy tarde. Quizás se cruzaban ya con las lecheras que, cántaro al hombro, venían de los pueblos cercanos; ¡ay!, la leyenda dice que nada más entrar en la ciudad orinaban en los cántaros para darle más consistencia a la leche. Seguro que se cruzaban también con los últimos trasnochadores que daban fuertes palmadas para llamar a los serenos. Pura posguerra. El sereno preguntaba: “¿Qué quiere, dormir solo o en la habitación con otro?”. Cómo es la vida, tal vez podías amanecer al lado de un asesino. Blanco Amor relata en “A esmorga” cómo alguna madrugada se topó con los nutridos y silenciosos grupos de Adoración Nocturna que salían de largas horas de rezo de la catedral.

Sí, hermano lector, lectora, los manifestantes más visionarios pudieron entrever cómo todos los Nós, desde Risco a Trabazo, avanzaban discretos entre los miles de ourensanos y venían bajo una pancarta escrita con ceniza: “Auria, érguete”. Cierto, no es extraño que acudiesen a esta cita reivindicativa. Seguro que fue el filósofo López Cid el que dijo a los suyos en San Francisco: “Espabilad, vienen tiempos en que la filosofía es desalojada con crueldad de los planes de estudio”. Ay, la filosofía, que te enseña la libertad de pensar y a ser libre.

Presté mi oído y escuché a Cuevillas preguntarle a Blanco Amor: “No entiendo, apenas hay jóvenes, ellos que siempre han estado a la vanguardia de la protesta, como aquel mayo del 68 que yo viví en París”. Los muertos son así, a veces se toman el pelo. Blanco Amor le respondió: “No te enteras, estás tan calentito en la tumba que nunca sales cuando te llamamos; que sepas que hoy los jóvenes viven hipnotizados por las pantallas y esto desactiva en sus cerebros todo gesto de protesta y sublevación”.

Se me acerca un amigo y comenta: “Hay que joderse, la mayoría de los que estamos aquí somos nuestra generación. ¡Ay!, llevamos ya varias décadas protestando por las calles, ya en la época del general ferrolano nuestras manos arrojaban piedras a aquellos belicosos ‘grises”. De los que estudiamos en Madrid esos años, pocos debe haber que no hayamos pasado por los calabozos en los sótanos del caserón de la Dirección General de Seguridad. Vaya hostia, una sola, la que me dieron allí.

Me sorprendo, ahí llega, un poco tarde, caminando apresurado Celso Emilio Ferreiro. Saluda a los suyos: “¡Cómo no iba a venir!, con tanta depravación van a suprimir la poesía y el arte, justo las que tocan el alma de los hombres”.

En mi libro “Extraños en el escaparate” escribí: por las calles y lugares públicos se colocarán artefactos de apariencia humana con un cerebro programado; de tal forma que si el viandante tiene ideas peligrosas o subversivas, el artefacto sonará como cuando te llevas algo de un supermercado sin pagar y enseguida viene el empleado con gesto policial a acosarte. Ay, hermano, hermana, a este punto hemos llegado en nuestra Auria. Ayer, un poco antes de la manifestación, dos jóvenes de aspecto marginal dialogaban sobre la convocatoria ciudadana: “¿Vas a ir a la manifestación?”, preguntó uno. La respuesta que escuché fue descorazonadora. El joven respondió: “No, no voy a ir, me pueden quitar el Risga, la paga que nos dan a los que carecemos de medios de subsistencia. Prefiero estar ‘caladiño”.

Estoy en la Plaza Mayor, la manifestación termina y veo despedirse en una esquina a los extraños visitantes de la Xeración Nós. Escucho una voz: “¿Hay esperanza?” Otro responde: “Mucha, mucha gente indignada, es un buen presagio”. Cerca, hay un grupo de adolescentes. Antes de irse, los miembros de aquella generación luminosa se les aproximan y ponen en sus manos su pancarta de ceniza: “Érguete”.

Te puede interesar