Opinión

Ya ni lloro

MARTES, 14 DE SEPTIEMBRE

124 aniversario de Eduardo Blanco Amor. Lo recordamos en la tertulia. Alguien quiso dejar claro cómo sufrió la crueldad de escuchar cuando caminaba Paseo adelante “Eduardita, maricón”. Cuenta el músico: “Yo era un niño y lo vi caminar elegante e imperturbable mientras le insultaban. A veces les respondía gritándoles ‘Envexosas”.

Ay, cuando regresó de Buenos Aires pensó que en su ciudad lo recibirían con boato y que todos conocerían su obra. Cuando los primeros días atravesó las calles luciendo sus zapatos de dandi, su boquilla, sus trajes al estilo bonaerense, muchos se cebaron con él y con frecuencia los niños le arrojaron piedras.

Sólo un puñado de artistas e intelectuales le dio cobijo. Desde el primer día de su llegada le cubrió una incurable y negra melancolía. También lo cobijó este periódico, que sacaba sus artículos en primera página. Pronto, otros medios nacionales reclamaron sus artículos certeros y elegantes.

Nadie como él describió el alma de Auria, el lado oscuro que narra implacable en esa novela brutal que es “A esmorga”. Cielo santo, han pasado muchos años, muchos, y todavía en este trozo de mundo se mira con ojos rencorosos si dos hombres van cogidos de la mano o dos mujeres caminan abrazadas y felices. En una de sus últimas entrevistas que concedió a la periodista Maribel Outeiriño, dijo: “Estoy contra esa terrible ley de la peligrosidad social que condena a prisión la libertad de amarse”. Se reivindicó como rojo y homosexual. Tuvo a gala su libertad y el precio de soledad que hay que pagar por ello. Partió, casi huyó, de Auria a Vigo. El tertuliano abogado recuerda: “Tenía mucha razón López Cid cuando afirmó que ‘La catedral y el niño’ era la biblia del ourensanismo. Falleció en Vigo y cuando llegó su cadáver a Ourense, nadie decidía qué hacer con él. Por fin, unos ‘Artistiñas’ lograron que se le rindiesen honores y que lo declararan Hijo Predilecto de la ciudad. Cuando los terrones caían sobre el ataúd, hubo emotivas palabras y López Cid afirmó: ‘Los gallegos no morimos, nos imos”.

JUEVES, 16 DE SEPTIEMBRE

Anochece y me doy de bruces en la Plaza del Hierro con mi vieja amiga psicóloga. La miro y veo la palidez de su frente y sus ojos heridos. Nos saludamos y me cuenta: “Perdona, no leo tus artículos, más bien no leo nada porque termino mi consulta agotada, sin fuerzas y, te confieso, un poco desesperanzada. Cuando estoy en mi despacho y timbran me digo ‘Cielo santo, qué tragedia me va a entrar por la puerta’. Trato de ser muy profesional pero ser psicóloga en estos tiempos para mí es demoledor”. Caminamos juntos y ella reflexiona: “A lo largo de mi vida profesional, jamás vi tanta soledad en las personas, tanta violencia en los hogares. Hoy una madre me trajo a su hijo que me miró despectivo y dijo ‘¿Conoce ese rap?: Mamá dame tela, soy de la calle y vivo sin freno’. Ya me dirás qué puedo decirle a una madre ante un cuadro así. Pienso mucho en cómo ayudar a esos padres angustiados y a esos chicos que se despeñan por las redes”. Le comento de ese chico carballinés que hace nada quiso matar a su amiga para ver qué se sentía. La psicóloga concluye: “Es un aviso urgente de lo que hay y de lo que vendrá. Cierto, no sé cómo sobrevivirá esta generación en que abundan los jóvenes con la mirada casi vacía. Háblales tú de valores, te miran como a una fósil”.

Mi amiga baja la mascarilla y su rostro empalidecido casi me sobresalta.

(Se despide: “Perdona si estoy un poco trágica. Pero créeme, antes de entrar en la consulta, me digo, hoy le recitaré a algún adolescente aquel poema de Goytisolo, ‘Palabras para Julia’: ‘La vida es bella, ya verás como a pesar de los pesares, tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos…”.)

VIERNES, 17 DE SEPTIEMBRE

A veces me detengo en el puesto de Mario, el lotero de la ONCE en la esquina del Parque de San Lázaro. Lleva una eternidad allí y pocos como él conocen el latido de este trozo de mundo. Buen conversador, filósofo de la calle que te vende el cupón y escucha receptivo tus problemas con la paciencia de un confesor. Ha visto pasar generaciones de compradores. Llegó al Parque en los años setenta, entonces este parque era una jungla tomada por camellos y yonquis. “Era un Ourense pandillero, aquí abrevó la altiva ‘Pandilla del Parque’, los chicos bien que, arrogantes, miraban despectivos a los chicos del extrarradio”. Mario se ríe: “Recuerdo aquel día de la batalla campal. Lucieron bates de béisbol y alguna navaja albaceteña. Los duros pandilleros del ‘Jardín’ se unieron a los del ‘Puente’, rodearon esta zona y apalearon con dureza a los odiados chicos del ‘Parque’. Después, nacieron las primeras discotecas que cambiaron la sociología de la ciudad”.

Está con nosotros un amigo suyo venezolano que se ríe y cuenta: “¿Violencia en esta ciudad? Qué va, para mí esto es como un parque infantil. Tendríais que conocer a mi banda, allá en las afueras de Caracas. Aquí se dan unos puñetazos y todo el mundo se alarma. Allá arrasábamos, corría la sangre y no era extraño en el fin de semana ver algún cadáver en el asfalto. Trabajo en una pizzería y me doy cuenta que aquí crecen mimados por sus padres y sus abuelos a los que saquean los fines de semana”.

Mario dice: “Os cuesta mucho adaptaros, quizás no os lo ponemos fácil”. El venezolano afirma: “Me cuesta mucho hacer amigos de aquí, no es tan fácil decirle a alguien ‘Hola, hermano, ¿cómo estás?, vente, vamos juntos’. Vamos progresando, cómo te diría, los más jóvenes ya crecen sin complejos en los barrios y lo tienen más fácil. Todo es cuestión de tiempo”.

(Nos despedimos, mi viejo amigo Mario se sorprende: “¿Qué, hoy no me preguntas por el lado oscuro de la ciudad? Que sepas, los pisos que albergan a los fumadores de farlopa y demás están a tope. Ya no hay mucha diferencia con los viejos fumaderos de opio de Shanghái. Los clientes llegan, se apoltronan y con frecuencia pasan dos o tres días sin salir hasta que se les acaba el dinero. Ay, Jaime, mi corazón se va endureciendo, veo tanta gente errática que ya ni lloro cuando pierde mi equipo, el Celta de Vigo…”.)

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