Arturo Maneiro
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La sensibilidad humana más elemental rechaza y censura, es obvio, cualquier manifestación de trata de personas. Sean personas de color, blancas, europeas, africanas, asiáticas, americanas… Sean mayores o pequeñas, estén o no enfermas. Sean embriones o no lo sean.
En efecto, ahora existe una nueva modalidad de trata de personas a la que el dominio de lo económico y de lo políticamente correcto trata, valga la redundancia, de otra manera. Como si comprar y vender un niño fuera una práctica que hay que tolerar en un mundo en que las posibilidades tecnológicas y científicas hacen posible toda suerte de experimentos y posibilidades.
La maternidad subrogada, sea gratuita o de pago, destruye la filiación, la paternidad, la maternidad, la familia. La práctica de la maternidad subrogada está alterando gravemente la centralidad del ser humano, que en lugar de ser el fin y el centro de las instituciones sociales y políticas, se convierte en un medio susceptible de ser adquirido normalmente por un precio fijo.
La práctica de la maternidad subrogada está alterando gravemente la centralidad del ser humano, que en lugar de ser el fin y el centro de las instituciones sociales y políticas, se convierte en un medio susceptible de ser adquirido normalmente por un precio fijo
El niño se convierte en un producto más del mercado y la mujer puede ser explotada como vientre de alquiler. Es decir, se trata, valga la redundancia, de un claro ejemplo de esclavitud pues en estos supuestos una persona es propietaria de otra a la que se puede vender o comprar.
La maternidad subrogada es contraria a la Convención Internacional de los derechos del Niño y a la Convención Internacional de Lucha contra la Trata de Personas sencillamente porque consiste, ni más ni menos, que en comercio de personas humanas, personas en tránsito al ser, en potencia, seres humanos en cualquier caso.
Esta práctica, abyecta y execrable como pocas, demuestra, además, el dominio de los ricos y los fuertes sobre los pobres y los débiles. Ordinariamente, las madres que se prestan a tales experiencias suelen ser sudamericanas o centroamericanas, africanas, indias o también de países del Este europeo. Y los padres suelen ser de países desarrollados. Los chicos y las chicas, normalmente no saben muchas veces ni quien es su madre y esto por más que sea posible científicamente, no deja de ser algo, por decirlo suavemente, profundamente inhumano.
En fin, una nueva esclavitud más que se agrega a tantas otras como abundan en este tiempo. Explotación infantil, condiciones lacerantes de trabajo en muchas partes del mundo, también en la vieja y enferma Europa, asesinato de niños antes de nacer, personas mayores consideradas inútiles para las que se pide su pronta desaparición, mujeres a las que se practica la ablación de clítoris… y, ahora, ante nosotros, sin que se calibre la magnitud de estas prácticas, maternidades subrogadas como si nada. Alucinante.
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