Opinión

Los monaguillos, el párroco y el alcalde

Los monaguillos de la parroquia siempre tuvieron fama de ser unos chavales listos, que sabían ingeniárselas para que su trabajo tuviera rendimiento económico, porque en aquellos tiempos, incluso anteriores a la Guerra Civil, en la etapa republicana, ellos apenas tenían sueldo y habían de ingeniárselas para obtener rendimiento; por eso, si llegaba un sacerdote a decir misa, cuidaban de que saliera satisfecho y se contaba que dejara una propina y que fuera lo más sustanciosa posible.

Lo malo era que había un visitante más frecuente, que tenía la molesta manía de que cuando iba a salir buscaba y rebuscaba en los bolsillos; los chavales ya sabían que eso suponía que no iba a haber propina. Y lo conocía también el párroco, don Germán, que no dudaba en comentar en alto: “Busca, busca, que eles xa saben que lles vas pagar outro día”.

Claro que las propinas más sustanciosas procedían de los bautizos. El padrino era el protagonista. Porque solían elegir los padres un padrino “forrado” y claro, quería quedar bien. Lo malo era que el párroco tenía la molesta costumbre de empezar la ceremonia pidiendo que se identificara el tal padrino, y le hacía rezar dos o tres oraciones. Cuando fallaban en el Padrenuestro, mal asunto. “A ver si hai outro padrino, que iste no vale”. Y si no había otro, en ese caso se solía recurrir a Rogelio, un colega de los chavales mayor, que ocupaba el puesto. Pero eso llevaba aparejado que no se podía gritar al final de la ceremonia “¡viva o padriño!”, que era el momento en que el tal padrino titular se mostraba generoso y lanzaba al aire abundantes monedas que los chavales recogían en un instante, arrastrándose por el suelo.

Los chavales iban más allá. Pero el párroco también: “Tedes a costume de comer demasiadas hostias e non bos conformades con recortes que dambos al monxas, pero inda hai otro cousa que me cabrea, que é o de aforrar viño, ben me dou conta que cando na misa botades viño, hai que bos insistir, para a auga andades máis finos, pero co viño facédesbos os remolós”. Y es que antes de empezar por las mañanas los chavales echaban su buen traguito. Por eso les decía: “Hai que controlarbos que ides sair uns borrachos. E coas hostias hai que pararbos, porque non ven tanta xente a comulgar, e seica consumimos tantas hostias como a Catedral…”.

Pero la energía al párroco, con quien le gustaba demostrarla era con el alcalde republicano, Secundino Couto Solla. Un día le mandó un comunicado desde el Ayuntamiento: “El muro exterior de la iglesia amenaza con caerse y es un peligro para la gente”. A lo que respondió el sacerdote escribiendo en el mismo oficio una nota a mano que decía escuetamente: “La iglesia no es mía, allá usted”. Y el alcalde republicano prefirió solucionarlo sin discusiones con el cura. Por si acaso.

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