Opinión

Estamos expulsando empresas

JOSÉ PAZ
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Amediados de los años cuarenta, uno de los máximos exponentes del pensamiento liberal del siglo XX, el futuro premio Nobel de Economía Friedrich von Hayek, dedicó su obra maestra, “Camino de servidumbre”, a los socialistas de todos los partidos. Fue una frase clarividente. Europa Occidental estaba aún tratando de dejar atrás el socialismo totalitario de derechas (fascismo y nacional-socialismo) mientras el otro socialismo totalitario, el de izquierdas, se enrocaba al otro lado del nuevo Telón de Acero. 

Casi ochenta años más tarde, los liberales vemos con espanto cómo la radicalización populista tanto de la izquierda como de la derecha vuelve a estar a flor de piel en esta incipiente sociedad global. No hay, en realidad, gran diferencia entre la versión derechista y la izquierdista del antiliberalismo. Son muy parecidas. Ambas quieren forzar a los individuos y a las minorías a amoldarse a sus respectivos planes colectivistas de ingeniería social y cultural. Y ambas subordinan la economía a su estatismo trasnochado y empobrecedor. Es normal que la peor izquierda y la peor derecha coincidan en bastantes aspectos de su visión económica. Las dos excitan el obrerismo como caladero electoral y montan sindicatos. Las dos creen que corresponde al Estado trazar grandes planes nacionales para todo lo “estratégico”, desde la industria al campo o la energía. Las dos desconfían del libre comercio y aspiran a someterlo mediante aranceles, cuotas y otras trabas. Y las dos recelan de la libertad de las empresas transnacionales de instalar donde quieran sus sedes y fábricas. 

Fue interesante oír hace unos meses a Jorge Buxadé maldecir a algunas multinacionales “extranjeras” por deslocalizar sus centros de producción en España, hartas de un mercado de trabajo rígido, unos costes laborales nada competitivos, una sobrerregulación asfixiante y una fiscalidad confiscatoria. Las palabras del número dos de Vox podrían haber salido de la boca de cualquier líder sindical o de la extrema izquierda. Representan, estéticas al margen, lo mismo. Ese político volvió una vez de Roma a Madrid y dijo a los medios que le encantaba ver la capital italiana llena de trattorías y demás, y afeó a los españoles el pecado de tener nuestras ciudades llenas de cadenas de restauración extranjeras. Incluso señaló a una de ellas, McDonald’s, diciendo que le entristecía ver sus establecimientos, con la consabida letra eme bien visible. Qué disgusto se va a llevar cuando se entere de que en Roma hay unos treinta restaurantes sólo de esa cadena e infinidad de locales de todas las demás marcas “anglo” que tanto le molestan. Claro que, seguramente, no habrá ninguno en el Vaticano, que debe de ser la parte de Roma por la que se mueve este señor, y eso lo explica todo. El caso es que esta semana hemos conocido una deslocalización diferente, porque la multinacional que traslada su cuartel general es española.

Qué lamentables las palabras de la ministra Calviño sobre la marcha de Ferrovial. Eso de que “le debe todo a España” es una broma de mal gusto. Ni las personas ni las empresas le “deben” nada a los países donde residen. En todo caso, es al revés: son los países los que “deben” ser útiles y adecuados para sus dueños, los ciudadanos, y para las empresas de éstos. Y si no lo son, pues la gente vota con los pies y se traslada a donde sea mejor tratada. Y está en su perfecto derecho de hacerlo. Lo hacen los grandes y los pequeños, los ricos y los pobres. Es lo que hace un subsahariano cuando reúne lo poco que tiene y se traslada a Europa, y es lo que hace una gran multinacional cuando cambia de país. Es humano, es lícito, es libre, y ni los Buxadés ni las Calviños tienen derecho a cuestionar una deslocalización. ¿Qué se han creído?

Para el Gobierno Sánchez esto es una papeleta complicada, porque además parece haber un puñado de grandes empresas que estarían considerando similares medidas. Le está muy bien empleado por haber hecho de España uno de los países europeos con mayor voracidad fiscal, leyes más inestables y cambiantes, y peor burocracia. Para Vox lo complicado será la acrobacia mental que van a tener que hacer sus líderes para culpar al gobierno sin cargar demasiado las tintas contra esta empresa concreta, aunque en su interior falangista estarán furiosos por semejante “traición”. A mí me parece que ya es hora de liberar todo el potencial del mercado libre para que la riqueza aflore, se quede o venga desde otros sitios y derrame sobre nuestra sociedad todo el bienestar que sólo el capitalismo, no el Estado, es capaz de generar. 

Pero, claro, eso no puede entrar en las cabezas estatoadictas de los socialistas de izquierdas del PSOE ni de los socialistas de derechas de Vox, ese partido azul, völkisch, caralsolero y cañí que presenta como candidato a presidente… a un viejo profesor post-ex-comunista. Son tal para cual. Por cierto, cuando Hayek escribió la frase con la que empecé este artículo… Tamames ya tenía la edad de Harry Potter en el primer libro. Para que vean. Ojalá tuviéramos aquí más Hayeks y menos socialistas expulsaempresas, de ambos extremos.

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