Opinión

La coz de Pegasus

Alos griegos clásicos se los habrían rifado las plataformas audiovisuales actuales. Nos cuenta Hesíodo que cuando Perseo decapitó a la terrible Medusa, de su sangre nació el caballo alado Pegaso. Este peculiar equino fue el primero en llegar al Olimpo, donde terminó sirviendo al mismo Zeus. El software israelí Pegasus lleva un nombre adecuado. Como el mítico caballo, es tan ágil que “vuela”, y no es montura de cualquiera, sino exclusivamente de los dioses del Olimpo: sólo se vende a Estados, confirman con solemne orgullo los israelíes, como si eso fuera garantía de algo. Saben ellos y sabemos todos que los Estados pueden y suelen contarse entre los clientes menos legitimados para una programa de espionaje tan poderoso. Pegasus confiere a sus usuarios una ventaja enorme sobre cualquier contrincante. Infecta los dispositivos móviles venciendo todo tipo de protecciones, copia y transfiere información de una forma difícil de advertir, y deja poco rastro y demasiado tarde. Pegasus es una nueva amenaza a ese bien intangible que define como ningún otro la sociedad humana civilizada, avanzada: la privacidad. Escribió Ayn Rand que una de las características esenciales de la civilización es la privacidad, recordándonos que “en las sociedades primitivas la vida human discurría a la vista de todos” y que al irnos civilizando fuimos adquiriendo cada vez mayor intimidad. Pegasus es un peldaño más que descendemos de vuelta a la sociedad forzosamente pública, en la que la transparencia se nos aplica a los ciudadanos, y son las élites de poder estatal quienes lo hacen traspasando cualquier velo, legítimo o no, con el que nos hayamos protegido. Los políticos se hartan de entonar cantos a la transparencia, pero se refieren a la nuestra, no a la suya.

Cuando los Estados cambian los euros de nuestros impuestos a siclos israelíes y compran Pegasus, le dan la puntilla a los derechos constitucionales y humanos básicos a la intimidad y la privacidad, contraviniendo, quizá no la letra, pero siempre el espíritu, de nuestras constituciones y de nuestro marco de gobernanza occidental. A la inmensa mayoría de nosotros, no nos espiarán. No les interesamos. O lo harán solamente de forma generalizada para captar metadatos sin que nos demos cuenta, a fin de tener más información que la propia sociedad sobre el clima general de opinión o sobre las tendencias de consumo o de cualquier otra índole. Pero a todos aquellos que, por cualquier motivo, quiera espiar el Estado, Pegasus les hará vivir desnudos en una urna de cristal. Los políticos siempre lo sabrán todo de ellos y con frecuencia antes de hacerlo, e incluso de pensarlo. La ilusionada esperanza que despertó la revolución tecnológica en los amantes de la libertad individual podría dar paso a un pesimismo más que justificado al generalizarse herramientas como esta.

Bien cesada está la directora del Centro Nacional de Inteligencia. Como primera ejecutiva de la “Casa” es su cabeza la primera que indudablemente debe rodar cuando se conoce y reconoce que el CNI ha espiado como mínimo, que se sepa, a varios ministros, al presidente y a dirigentes de varias formaciones políticas opositoras incluyendo el presidente de una comunidad autónoma. Pero no es la única cabeza. Haría falta una investigación en profundidad que nunca se va a producir, pero parece especialmente grave que los titulares de las carteras de Defensa e Interior, es decir, los dos ministros responsables de la inteligencia estatal española, hayan sido espiados con Pegasus. Si fueron conscientes de que se espiaba de forma generalizada a la oposición (y quién sabe a cuántos empresarios u otras posibles víctimas), deben dimitir por ello. Si no lo fueron, deben dimitir por incompetentes. Si resultaron espiados ellos mismos, deben dimitir por no haber sido capaces de controlar su propio servicio secreto.

Hace tiempo que en muchos países occidentales, y desde luego en España, se habla del “deep state”, las cloacas del Estado. En ellas medran redes de poder e información con mayor lealtad interna que hacia el propio gobierno de turno, lo que pone en tela de juicio el propio sistema de contrapoderes y legitimación ciudadana vigente. Es gravísimo que el gobierno espíe a la oposición, ya se trate del PP o de los independentistas. Por cierto, si se gestionaran las cuestiones de secesión tan civilizadamente como en Escocia o Quebec, no harían falta después operaciones de película de espías contra Pere Aragonès. Muchos se preguntan si es posible que Sánchez y Robles no lo supieran. Creo que sí lo es, creo que las alcantarillas están podridas y las ratas que las habitan van por libre y mandan a veces más que el gobierno (este o cualquiera). Y creo, por supuesto, que eso no exime a Sánchez de la inmensa responsabilidad que le corresponde. Pegasus es intolerable. El escándalo ya está en Europa, donde se nos ha colocado en la desagradable y vergonzante compañía del gobierno húngaro, muy dado también a tirar del dichoso software israelí. El pegaso de la mitología vuela, sí, pero también patea. Esta coz debe tener consecuencias mayores en nuestro Olimpo.

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