O Afiador

Publicado: 12 jun 2012 - 02:00 Actualizado: 11 feb 2014 - 00:01

La durísima situación económica está haciendo que mucha gente vuelva la vista al campo, después de décadas de olvido y abandono de un sector que durante siglos constituyó el principal medio de vida de esta tierra. Es una oportunidad para hacer de la necesidad virtud y recuperar una actividad con posibilidades, que incluso constituya un puente hacia la mejora de la calidad de vida. Lo decía el domingo el promotor de una explotación cuando señalaba las ventajas de ser jefe y empleado a la vez, administrando tiempos y recursos, con lo que eso significa para la realización personal, lejos de la alienación social. También se beneficiarán los consumidores, a quienes se abre la posibilidad de acceder a productos autóctonos de calidad a precios competitivos, en vez de los sucedáneos del cultivo intensivo, importados de Marruecos, Israel, California o cualquier otro punto del Planeta, que a estas alturas ya no quedan distancias insalvables.

Hay que realizar algunas modificaciones sobre métodos y filosofía seculares que no resisten el paso del tiempo y que pueden lastrar cualquier iniciativa, por interesante que sea. Son precisas fórmulas para salvar el minifundismo que alumbró huertas como una manta y que, a su vez, infligió la primera gran derrota al sector agrario tradicional en la década de los sesenta y setenta del pasado siglo, por la imposible competencia frente a los cultivos intensivos en parcelas enormes mecanizadas. Esa tarea deben facilitarla y canalizarla las administraciones.

Cuando la crisis parece tapar todas las salidas, es momento de abrir rendijas al futuro. La creación de cooperativas, la agrupación de parcelas y los esfuerzos mancomunados pueden ser una de ellas. Con un gran producto en las manos, es más fácil encontrar sitio en los expositores de las áreas comerciales en condiciones de competir con garantías de éxito ante mercancía muy barata, pero de ínfima calidad.

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