José Antonio Constenla
Defensa de la Democracia en tiempos de amnesia
Después de leer en el periódico el relato sobre el vergonzoso libelo que sobre los gallegos ha escrito en Buenos Aires ese sucio escritorzuelo (¡tan gracioso, él!), me he sentido tan profundamente indignada, que me gustaría verlo frente a mí para decirle a la cara todo lo que pienso de él y de su podrido cerebro. Y menos mal si al Gobierno argentino se le ha ocurrido retirar el libro de la circulación, porque era una provocación y una ofensa hacia la colonia gallega, que es quizá la más numerosa de la gran ciudad.
Yo, más que nadie, puedo testificar sobre la repulsa que siempre han sentido los argentinos (casi todos hijos o descendientes de gallegos) por los emigrantes de nuestra región. Tenía cinco añitos cuando mis padres me llevaron a Buenos Aires. Desde entonces, y durante los años que permanecí allí, he visto y oído tanto, tanto desprecio y tantas ofensas hacia nuestros emigrantes, que estaba perpleja. Ya no sabía ni lo que éramos, ni lo limpia o sucia que era nuestra procedencia, y de la tierra que desconocía y que tanto degradaban los argentinos. Y lo que era peor, es que eran la mayoría hijos y nietos de gallegos que alardeaban de argentinos y vilipendiaban a sus propios paisanos.
-¡Gayegos patas susias!-, les llamaban, mirándolos por encima del hombro, y quien tiene sucia la lengua y las ideas es ese hijo de su madre, y también el editor que editó ese indecente libro. ¿Pero quiénes se han creído que son? Y discriminaban a todos los españoles por igual, porque para ellos, todo lo que llegaba de España eran gallegos. Y mientras ellos eran los zánganos que se aprovechaban todo lo que podían de los humildes emigrantes, éstos se deslomaban a trabajar y a ahorrar para medrar en esa ciudad inhóspita y difícil.
El trabajo duro abundaba y los gayegos, trabajadores y tenaces, comenzaron a fundar empresas y a crecer, mientras sus detractores derrochaban las herencias de sus antepasados (colonos españoles) haciendo una seudo-vida social a la francesa. A tal extremo llegaba la discriminación que cuando celebraban sus fiestas nacionales, en los colegios los alumnos teníamos que lucir en nuestros blancos delantales unas cintas (escarapelas) con los colores de la bandera de nuestra nación. Pues bien, yo nunca me atreví a poner la de mi bandera por temor a las burlas y represalias de mis compañeras, si se enteraban de que yo era de Galicia. Y les aseguro que era terrible lo de tener que ocultar mi nacionalidad, como si fuera una lacra.
Desde que a los 14 años regresé a Galicia, he vivido aquí y conozco a fondo lo que es mi país, y lo que es mi preciosa región natal, la repulsa argentina me parece tan mezquina, tan estúpida y tan burda, que casi me dan lástima por su ignorancia sobre nosotros. ¡Pero si casi todos ellos son de descendencia gallega! Un español, Pedro de Mendoza, fue el que fundó Buenos Aires, que entonces estaba poblado por los indios. Estos la incendiaron dos veces, y a partir de fundarla por tercera vez, fue creciendo con la afluencia de emigrantes, la mayoría gallegos y de otras regiones de España. O sea, que hemos sido nosotros los que fundamos y creamos Buenos Aires, con nuestros esfuerzos y sacrificios, y de los que nos sentimos orgullosos.
Yo le diría a este docto engendro de sucias ideas, que en vez de meter la pata burlándose con sus ridículas gracias de nuestros nobles y activos descendientes de una estirpe de campesinos laboriosos, hijos de una de las tierras más bellas de Europa, retrocedieran en el tiempo y averiguaran todo lo relacionado con nosotros y con nuestra procedencia... y quizá también la suya. Creo que esto les depararía sorpresas.
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