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Celebrando los cincuenta años de la celebración del Concilio Vaticano II en dos artículos anteriores recogimos la línea del movimiento litúrgico que orientó las direcciones y contenidos principales de la Constitución de Liturgia y los contenidos claves de la reforma-renovación, impulsada por aquella.
Ahora nos gustaría destacar lo que, en este momento, es preciso seguir impulsando y concretando, como efecto del dinamismo de la Constitución de sagrada Liturgia. Los últimos papas han insistido en la urgencia de profundizar y dar a conocer con constancia lo que nos ha transmitido la Iglesia en la 'Sacrosanctum Concilium'.
La celebración litúrgica, es la 'fuente y cumbre' (SC 10; 14) del espíritu cristiano, allí los bautizados beben 'el verdadero espíritu cristiano'. La Liturgia es una realidad 'espiritual' y así hay que entenderla. Es preciso acercarse a ella con fe, en actitud de oración, llevados de la mano por 'mistagogos' (personas que viven el misterio de Cristo, muerto y resucitado) y entendiendo, hasta cierto punto, los 'ritos y preces'.
El misterio que es Cristo, según S. Agustín, pide ser adorado en la Liturgia, ser acogido, ser proclamado al mundo, ser llevado como algo esencial a la creación entera y ser encarnado en la vida de aquellos que creen. El misterio se celebra, de modo especial, 'el día del Señor' (domingo) (SC 106), en la noche de Pascua, a lo largo del año litúrgico (SC 102-104), en la Liturgia de las Horas (SC 83;84;86) y en la Eucaristía de cada día (SC 41-42).
La Liturgia es acción de Cristo y de la Iglesia, anticipa la Liturgia del cielo, integra a toda la creación, influye en la misión salvadora y universal de la Iglesia, glorifica a la Santísima Trinidad y santifica a los hombres. En la Liturgia de la tierra participa la Jerusalén de arriba (Dios y los bienaventurados) (SC 8), se abre un rayo de gloria sobre la celebración de la tierra, se manifiesta la realidad de la Iglesia entera (SC 2; 26), se integra la bondad y belleza de todo el universo y se da una tensión profética hacia el venida definitiva del Señor (SC 8) : la meta de la Liturgia y de la Iglesia.
Pero para vivir la Liturgia así, es imprescindible la formación bíblico-litúrgica y el esfuerzo por participar en los gestos (actitudes corporales) y en las oraciones con toda el alma.
La formación es necesaria para los presbíteros y el pueblo cristiano. Por ello es preciso conocer los contenidos sustanciales de los libros litúrgicos, familiarizarse con las lecturas bíblicas, las oraciones litúrgicas y meditarlas.
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