Opinión

El ayuda de cámara

La elección de Joaquim Torra como presidente de la Generalitat no tiene por qué producir sorpresa, pero puede y debe producir alarma, sobre todo, y más que en mí y en gentes como yo, en los representantes políticos que van a tener que soportar el calvario de aguantarlo y la obligación, sospecho, de pararle los pies. La exigua mayoría nacionalista que domina el Parlamento catalán ha vuelto a apostar por prolongar el muro de confrontación erigido desde antes, eligiendo para presidir su gobierno a un sujeto de corte gregario e ideas férreas que lo primero que ha hecho nada más recibir el encargo ha sido viajar a Berlín para ponerse a los pies del ausente, el prófugo Puigdemont, del que se considera según propias palabras, un siervo más que un amigo.  Torra ha potenciado esa subordinación y será el tonto útil decidido por la maquinaria frentista que domina las instituciones catalanas para desarrollar un plan de ataque cuya intensidad sospecho que es superior al que ya ha sido desarrollado y que acabó con la mitad de la banda en la cárcel y la otra mitad en el exilio. Los que han urdido la estrategia y han colocado en el sillón a este vocacional ayuda de cámara saben también que si acaba mal tampoco se va a perder nada, y que su espíritu inflamado es capaz de cumplir todas las encomiendas que tengan a bien adjudicarle, aunque la aventura le cueste acabar en la trena como sus antecesores. Torra es un ayatola y su misión no admite ni titubeos ni preguntas. Iluminado, cumple con lo que le toca y calla.

El problema, por tanto, está sobre la mesa de los demás. De los que gobiernan el país y de los que defienden el Estado constitucional que son los que se verán abocados a tomar tarde o temprano ciertas decisiones que obligarán al país a regresar a las posiciones de partida y repetir una vez más la espinosa y desagradable caminata. Teniendo en cuenta que la vigencia del artículo 155 se acaba cuando el nuevo presidente de la Generalitat tomé posesión oficial de su cargo, el marco general de convivencia adquiere la misma apariencia de aquel que acabó en el dramático sainete de la proclamación de la República catalana tras el referéndum ilegal.

Torra es una vergüenza para una Cataluña sensata y consecuente, y una caricatura confeccionada a brochazos sobre el lienzo de una sociedad democrática. Desprestigia la propia esencia del catalanismo intelectual, pero sospecho que eso no es ya lo que interesa ni lo que se persigue. Lo que verdaderamente importa es la posición de las instituciones y sus integrantes ante el periodo que se avecina y que me parece mucho más grave aún que el que queda atrás.  Esto no tiene cura y se pone peor en cada entrega.

Te puede interesar