Opinión

Recuerdos de Valle y Peña

El día en que Valle Inclán vio el retrato que del joven rey Alfonso XIII había pintado Joaquín Sorolla, no se hurtó de declarar públicamente que el artista valenciano le había puesto al monarca cara de cangrejo cocido, opinión que inauguró un tiempo de enemistad mutua que duró toda la vida. Valle era un sujeto de lengua viperina y costumbres atrabiliarias, además de mentiroso compulsivo quien, sirva como referencia, no solo se había inventado un apellido como Inclán que no poseía – se llamaba en realidad Ramón María José Simón del Valle y de la Peña Bermúdez de Castro y Montenegro que bien mirado tampoco está tan mal- sino que inventó igualmente las circunstancia de su nacimiento, el cuál situó a bordo de un barco a medio camino entre A Pobra do Caramiñal y Vilagarcía de Arousa aunque lo cierto es que vino al mundo en la modesta casa familiar de Vilanova. Valle reinventó el episodio de la pérdida de su brazo derecho que atribuyó a las secuelas de un duelo para otorgarle al suceso una dimensión heróica, cuando lo cierto era que se había liado en una bronca de café con Manolo Bueno, recibió un bastonazo en la muñeca, se hirió con su propio gemelo, la herida se gangrenó y hubo que amputar. Sus destemplanzas, su permanente insidia, su mal carácter, sus sablazos a todo bicho viviente y su bohemia lo convierten en un personaje tan popular como temido, capaz de liarse a estacazos con un colega en plena vía pública. La opinión sobre Sorolla es uno más entre los numerosos juicios de valor emitidos públicamente por él con el único objetivo de pulverizar el quehacer de muchos de los más populares y admirados conciudadanos en aquel Madrid de finales del XIX.

Pero Valle era ciertamente un genio de la escritura y uno de los escritores más vibrantes y originales que ha dado nuestra literatura, dueño de una desbordante imaginación y de un talento inconmensurable que vertió en páginas para ser leídas o representadas. Hace poco, tuve una larga discusión con un par de amigos en torno a la posibilidad o imposibilidad de separar la obra de su autor de su vida, su catadura moral o sus comportamientos. Yo sostenía que no solo es posible sino altamente aconsejable, cuestión que muchos no compartieron. Yo, por si acaso, me he puesto a releer con fruición “Sonata de Otoño”. Recuerden que Valle la escribió convaleciente. Se había descerrajado un tiro en un pie mientras manipulaba una de sus propias pistolas.

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