Opinión

La cuenta

Estrenamos verano y aquí seguimos, contando casos nuevos, enfermos hospitalizados e ingresados en las UCIs… y más muertos. Ciertamente, menos que antes, pero todavía queda pandemia para rato, y muchas sorpresas. Las últimas novedades son la variante delta, el fin de las mascarillas obligatorias al aire libre y el levantamiento de las restricciones para los turistas británicos que decidan viajar a las Baleares. También es mala suerte. Justo cuando a su desmelenado premier le ha dado por ceder, resulta que una concatenación festiva en Mallorca desemboca en el último macrobrote español de Covid-19. Desde las playas de Llucmajor y los garitos de El Arenal, el SARS-CoV-2 se ha diseminado a los cuatro vientos poniendo una vez más en peligro nuestra salud y economía colectivas.

En España todavía hay prójimos con la pauta de vacunación incompleta, y conocemos muy bien las consecuencias de una diseminación incontrolada del coronavirus en la comunidad. Aunque en menor medida, es cierto que algunos pacientes jóvenes terminarán hospitalizados y en las UCIs. Los expertos nos alertan de esta posibilidad, y también han demostrado su intranquilidad ante la prematura retirada de la obligatoriedad de las mascarillas, una medida que debería haberse puesto en marcha cuando la inmunidad de rebaño estuviese situada alrededor del 70%.

Nuestros vecinos portugueses y franceses han tenido que recular e implantar de nuevo medidas restrictivas ante el incremento en la incidencia de la Covid-19. Sin embargo, a nosotros parece habernos entrado una repentina prisa por pasar página, para abandonar definitivamente las estadísticas negativas de esta pandemia.

Si hace unos meses fallecían cada día en España un número de prójimos equivalente al de las mayores catástrofes aeronáuticas de nuestra historia, seguimos contabilizando demasiadas bajas, a pesar de las vacunaciones masivas. Y si antes eran aviones, ahora son autobuses diariamente repletos de víctimas. No podemos resistirnos a repasar nuestras cuentas, como las del pasado verano, recién salidos y aturdidos tras un durísimo confinamiento, embobados con aquellos eslóganes de “salimos más fuertes” y “España puede”, con las palmas de nuestras manos todavía calientes por los aplausos vespertinos en los balcones.

In illo tempore las vacunas apenas se estaban desarrollando y las únicas armas útiles para doblegar la curva de la pandemia eran el distanciamiento social y el confinamiento, con sus devastadores efectos económicos y sociales. Ahora, quizás imbuidos en una falsa seguridad en las todopoderosas vacunas, podríamos enfrentarnos de nuevo a una etapa de alto riesgo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha mostrado su preocupación por los contagios masivos con la variante delta entre los no vacunados. Y nosotros aquí seguimos, contando enfermos y muertos, cuando ya no quisiéramos hacerlo.

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