Plácido Blanco Bembibre
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Esgos se asienta a ambos lados de la carretera que une Ourense capital con Trives y Valdeorras, “la carretera de Trives”, como insistía en llamarla Vicente Risco. El pintor Ramón Parada Justel nació allí el 11 de marzo de 1871. Pertenece al grupo de pintores gallegos, junto a Jenaro Carrero Fernández, Ovidio Murguía Castro y Joaquín Vaamonde Cornide, conocido con la denominación, romántica sin duda, de la Generación Doliente, a Xeración Doente, que vivieron durante las tres últimas décadas del siglo XIX y fallecidos todos, prematuramente, en el cambio de siglo, víctimas de la tuberculosis. Son el enlace entre la tradición pictórica decimonónica y la renovación artística que llegaba con el nuevo siglo.
Con origen en una familia con recursos económicos, su padre era veterinario en Esgos y después en Ourense, Ramón Parada Justel, una vez acabado el bachillerato, ingresará en la madrileña Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde cursará los estudios con suficiencia. A su término obtendrá una beca de la Diputación provincial ourensana para ampliar estudios en Roma de donde, una vez cumplido poco más de un año de estancia, regresará a Madrid, en 1894, con la finalidad de abrir estudio y vivir profesionalmente de la pintura.
El impresionismo triunfa en Francia desde hace ya algunas décadas y Parada Justel aprovechará esta influencia para dar rienda suelta a sus cualidades en el dibujo y, sobre todo, con la luz y el color
Las escenas mitológicas y orientalistas y sobre todo los retratos y los paisajes, serán los géneros en los que Parada Justel se desenvuelva con soltura. Varias medallas reconocen, en esta época, sus trabajos. En el estudio madrileño de Las Vistillas, espacio donde también encontrarán cobijo Corpus Barga, Ramón Gómez de la Serna o el pintor Ignacio Zuloaga, con los horizontes del oeste, a la sierra del Guadarrama, se acumulan libros y revistas que tienen al pintor al tanto de las nuevas corrientes artísticas. El impresionismo triunfa en Francia desde hace ya algunas décadas y Parada Justel aprovechará esta influencia para dar rienda suelta a sus cualidades en el dibujo y, sobre todo, con la luz y el color.
Joaquín Sorolla, nacido en 1863, el citado Zuloaga, en 1870, o ya en el ámbito gallego, Alvarez Sotomayor, nacido en 1875, serán los grandes referentes de la pintura de la época. En la corta vida de Parada Justel surgen las naturales disyuntivas: por un lado, la voluntad de triunfar en Madrid y por otro, su querencia por Ourense y los paisajes rurales de Esgos; la aspiración al ejercicio libre de su vocación o su reiterada solicitud de bolsas para permanecer en Roma; en última instancia, la constante obsesión por participar y triunfar en los Concursos Nacionales con pinturas academicistas y su tendencia a buscar los temas y técnicas más libres y espontáneos. El diagnóstico de su grave enfermedad pulmonar añadirá urgencias a la imposible resolución de estas naturales dudas y contradicciones juveniles. Parada Justel regresa a Ourense, al aire limpio y seco de la media montaña de Esgos. Tiene encargos y compromisos que atender en la catedral ourensana, en el Instituto de Enseñanzas Medias del Posío; sigue enviando obras a los Concursos Nacionales y no deja de visitar, pintar y fotografiar su rincón de Esgos.
Nada, en la figura de Parada Justel, remite a la bohemia habitual en otros artistas
En el breve período de 1894 a 1902, año de su fallecimiento, Parada Justel realizará sus obras más ambiciosas. Ninguna de las novedades de su tiempo le es ajena. Fotografía escenas rurales de la aldea, que recorre con interés social y realista, documentalista, y pinta del natural diversos paisajes que demuestran un acercamiento crítico a las difíciles condiciones de la vida del medio campesino. Nada, en la figura de Parada Justel, remite a la bohemia habitual en otros artistas. Consciente, quizá, de la brevedad del tiempo que le ha sido dado, su vida representa al hombre moderno, activo y con sensibilidad social para reflejar la realidad del mundo rural que conoce de primera mano. Y, todo ello, sin dejar de presentarse a diversos concursos con pinturas que siguen el canon más academicista, en este momento ya, el impresionismo.
Ejemplo de ello es el óleo El recuerdo de las joyas (1901), obra mayor de Parada, hoy en el Museo Arqueolóxico Provincial de Ourense, que obtendría la tercera medalla en la Exposición Nacional de 1902 y que Belén Lorenzo Rumbao, autora de la más completa monografía sobre el pintor, describe de este modo: “El recuerdo de las joyas representa a una mujer joven, atractiva y elegante, que se detiene a contemplar, con una expresión a la vez nostálgica e introspectiva, el escaparate de una joyería. La figura aparece de perfil, en una pose informal, sosteniendo un paraguas con la mano izquierda mientras acerca la derecha a su rostro. El tema se aleja de la espectacularidad y el melodramatismo dominante en las últimas Exposiciones Nacionales, reproduciendo una imagen cotidiana de la vida urbana contemporánea, reflejo de la nueva burguesía emergente que resulta innovador y original”.
En los fructíferos y breves años inmediatamente anteriores a su fallecimiento, Parada deja ejemplos de su maestría en el retrato. Por ejemplo, el titulado La Maja, hoy en el Museo de Bellas Artes de A Coruña; el del farmacéutico ourensano Serafín Temes (1900), el de su hermana Modesta, del mismo año y el Desnudo de campesina, de un realismo que trasciende la tela. Esta capacidad de Parada para transitar entre el impresionismo de sus telas para los concursos oficiales y el realismo, según el estilo de la Escuela de Barbizon –el grupo de pintores paisajistas franceses de mediados del siglo XIX-, en los retratos y particularmente en los paisajes, denota tanto su comprensión de la transición del arte del momento, como su propia visión ante el mundo campesino de la aldea.
Son varias las pinturas que tienen como motivo el paisaje de Esgos. Nada hay de anecdótico o pintoresco en ellas. Son escenas que transmiten quietud, paisajes inmóviles representados con tonos ocres, donde las pequeñas casas se apiñan en la inmensidad de la naturaleza y el cielo circundantes. Escribía Gadamer que la esencia de la experiencia temporal del arte consiste en aprender a demorarse. Son paisajes pintados del natural, que desprenden sentimentalismo y cierto dramatismo expectante. La similitud de motivos y tratamientos con las obras de Millet, Corot, Rousseau o Daubigny, subraya aquella relación con el grupo de pintores de Barbizon y que tendría en Aureliano de Beruete o Darío de Regoyos su correlato en España. La representación de estos paisajes y el tratamiento pictórico, al natural, llevan a algunos críticos a considerar las pinturas de Ramón Parada como de transición de estilos del siglo XIX al XX e inscrita dentro del Rexurdimento, el movimiento cultural de afirmación del espíritu regional, el provincialismo, antecedente político de las Irmandades da Fala. ¿Conocería Parada a su paisano celanovés, Curros Enríquez?, ¿y el Catecismo do labrego, de Lamas Carvajal?
Entre los múltiples vehículos de expresión artística de Parada, estaba la fotografía. En el Museo Arqueolóxico de Ourense, junto a otras pinturas y objetos del artista, se reúnen algunas fotografías que el propio Parada realizó en su localidad natal. Los críticos señalan la querencia por el paisaje y las labores campesinas como una muestra de la toma de conciencia social, también regional, de los artistas en esta etapa final del Rexurdimento. En este sentido, Ramón Parada Justel representa en sus obras esta nueva percepción: atención al mundo campesino, los trabajos, el paisaje, tratados siempre con respeto, una voluntad casi de investigación e inventario etnográfico. En el otro extremo, Otero Pedrayo, en su Ensaio histórico da cultura galega, afeaba a Emilia Pardo Bazán o a la pintura de Álvarez Sotomayor, “unha intención puramente decorativa, de paisaxe de recordo grato”.
En las obras de Parada Justel, que toman el paisaje natal de Esgos como objeto de atención, hay una voluntad de verdad, testimonial, de inmutabilidad un punto dramática y de denuncia social. Visiones nada complacientes que no han perdido frescura ni interés. El artista no pudo, por la brevedad de su vida en un oficio que empezaba a dominar, ir más allá. Bastan para que ahora lo recordemos como un pintor de su tiempo, excepcionalmente dotado, de gran técnica y un observador de mirada también social y renovadora.
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