Arturo Maneiro
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La verdad es que no está aquí al lado, pero cualquier lugar lejano merece la pena si ahí está alguien que también la merece, aquí pena de dos horas de coche por carretera en parte no demasiado cómoda. En una terraza de bar esperaba Alexandro. Junto a él, su amigo Yoshiro Tachibana, que llegó a Muxía con veintiocho años, al confundir su itinerario previsto pues venía a Andalucía en busca de flamenco y su despiste lo trajo como una marea a esta villa marinera; de esto hace 'sólo''cuarenta y tres años. Los dos con un quinto de cerveza, ¡cuánto tiempo sin verlo!, y 'quintos' para cinco, con Pepe, Díez y yo mismo.
Una vuelta por Muxía antes de comer, con circuito de amigos tras barra de bar y bastantes turistas peregrinos extranjeros en edad de pensar más en salir que entrar pero en cualquier caso finalizando viaje, si acaso menos lúdico que otros. Sardinas con cachelos y buena ensalada, además de pimientos, es el plato que nos espera y reúne en torno a la mesa, si bien alguien pidió navajas de las que no cortan objetos sino cualquier deseo gastronómico exquisito no cubierto. Al poco tiempo, la mesa de cinco se convirtió en nueve, pues, además del amigo gaiteiro que por haber comido no comió pero sí acompañó, una peregrina alemana que preguntó algo y se sentó a comer, al igual que cinco minutos más tarde también dos señoras, en este caso polacas. Una vez más comprendí la carencia idiomática de mi generación, pues de inglés solo el where you can from, ¿de dónde vienes?, y menos mal, pues gracia a él y contestar Alemania, Alexandro ya pudo entenderse, no en vano sus ocho meses de becado de Bellas Artes en Berlín le supusieron conocer bastante bien ese idioma nada fácil y recordarlo después de veinte años sin hablarlo. Sin embargo, tengo que decir que siempre nos quedará el idioma universal de la sonrisa y la mirada, los gestos y ganas de entenderse, que superan, a veces, a discursos en lengua académica que solo entienden sus eruditos.
Taller y obra, pintura y pinceles, la creación de nuestro artista saltando a la vista con sus colores nuevos, amarillo y azules. Dibujos, bocetos, cuadros actuales ya acabados y la herencia de su amigo Xaime Quessada a quien tanto extraña Alexandro, porrada de lienzos en blanco que iban a llevar la brocha de uno y llevarán la del otro. Un taller espacioso y claro, donde el invierno se hará duro pera ya fue. Y de él al otro estudio, en la planta inferior de la casa de Yoshiro, mucho más reducido, integrado en la vivienda, donde todo más recogido; suena Bach, un café, un rato más de conversación y la hora de marchar. Ahí quedan los dos artistas, dos amigos retirados en Muxía, con nuestro recuerdo inmediato y el queso, pan de Cea, una ristra de chorizos y caja de vino que le llevaron sus amigos Pepe y Díez. Sin ellos, una parada última antes del regreso, parada programada al mediodía, y es que están de vuelta los percebeiros con percebes a veinte euros el kilo. Sabroso día.
Coincidencia
Una k en lugar de r, hacen Yoshiko en lugar de Yoshiro. Pues bien, sólo habían transcurrido unas horas desde que dejamos al japonés de Muxía cuando la compatriota Yoshiko se apeaba del tren en Ourense. Me llamaron para esperarla el sábado por la mañana y tomar café. Apareció en elcercano a charlar un rato y comentar lo que la traía por estos lares. Yoshiko Akehi es periodista gastronómica que escribe en una importante revista japonesa especializada en vinos, al tiempo que representante de las denominaciones de origen Sherry y Manzanilla y promotora de vinos españoles y portugueses en general, por lo que su motivo de estancia entre nosotros era conocer distintas bodegas de nuestra tierra y nuestros vinos. Un paseo por el casco antiguo hizo que cual buena japonesa sacara su cámara y disparara fotogramas de balaustradas, casas y piedras que hacen que sea bello lo que miramos por estas calles, y sacara lápiz. Verdadero placer conocerla.
Callejeando
Desde el Posío, donde las bicicletas vuelan por rampas artificiales, suena hip-hop y los grafitis acompañan adornan un ambiente particular que divierte el sábado, vuelvo a por el Paseo y veo a una gente retirar amablemente de una esquina al cantautor que está versionando canciones en inglés, sólo, con su guitarra y buen rollo. Llegan ellos, miembros de no sé qué asociación y montan verdadero chiringuito con carteles y mesa donde antes estaba él. Buenas palabras, pero él, fuera; se marcha, solo, ya sin voz ni canción, con su guitarra a la espalda y una sonrisa, dando ejemplo para el que reivindica su causa política pasando de la causa humana del otro, y es que en la calle también hay quien marca territorio.
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