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No hay nada más perjudicial para el ser humano que ser pobre. Nada mata más que ser pobre. La esperanza de vida en los países en desarrollo es mucho menor que en los países más avanzados. Como muestra, en España vivimos de media unos 84 años, mientras que en Nigeria apenas superan los 54 años. Hay un ejemplo mucho más paradigmático, en Corea del Sur viven también 84 años de media, mientras que sus vecinos de Corea del Norte no llegan a los 74 años (y con total seguridad son datos falsos amañados por el régimen de Pionyang).
El respeto a los derechos individuales y la libertad son las bases que originan un ecosistema social que favorece el desarrollo, el emprendimiento, el crecimiento económico y el progreso
El caso de las dos Coreas es especialmente significativo, puesto que hasta después de la Segunda Guerra Mundial eran el mismo país. Los del Sur quedaron bajo la influencia de Estados Unidos, los del Norte subyugados a la Unión Soviética. La pobreza y la pérdida de calidad de vida en Corea del Norte es el resultado de décadas de comunismo totalitario mientras que los vecinos del Sur disfrutan del nivel y la calidad de vida que únicamente puede otorgar un sistema capitalista.
No hace falta irse tan lejos. Las diferencias en la esperanza de vida pueden variar de manera apreciable entre barrios de la misma ciudad. De este modo, en el barrio barcelonés de Les Corts un hombre vive más de 84 años mientras que en Ciutat Vella no llega a los 79 años (cifra análoga a la de Albania o Estonia). En esos mismos barrios, las mujeres viven 89 y 86 años, respectivamente.
Ser pobre hace que vivas menos pero, obviamente, uno no elige ser pobre. Sin embargo, en países democráticos como el nuestro uno sí puede elegir políticas que disminuyan la pobreza o políticas que la perpetúen. Cuando Adam Smith escribió en 1776 su famoso ensayo, lo tituló “Sobre la causa de la riqueza de las naciones”. No lo tituló “Sobre la causa de la pobreza de las naciones” porque ser pobre no tiene causas, ser pobre es la condición natural del ser humano, era lo normal y mucho más en el siglo XVIII.
Lo que sí tiene causas es la riqueza. ¿Por qué unos países son ricos y otros no? ¿Qué es lo que les diferencia? Mucha gente cree que los recursos naturales juegan un papel fundamental, pero se equivocan. Pongamos un ejemplo, Venezuela tiene unas de las mayores reservas de petróleo del planeta, ¿de qué le sirve? En 1970 Irlanda y Venezuela tenían, aproximadamente, el mismo PIB per cápita. Hoy, la generación de riqueza en Irlanda multiplica por 25 a la de Venezuela. Huelga decir que Irlanda no tiene ningún recurso natural. No son únicamente los recursos, son otras cosas.
La receta para la creación de riqueza es clara y conocida desde hace siglos: la libertad. El respeto a los derechos individuales y la libertad son las bases que originan un ecosistema social que favorece el desarrollo, el emprendimiento, el crecimiento económico y el progreso. Entre todos ellos, el derecho a la propiedad privada es la piedra angular sobre la que todo pivota. Un derecho sin el cual hubiera sido imposible hasta la Revolución Industrial.
El derecho a la propiedad privada permite que uno pueda disponer del fruto de su esfuerzo y de su trabajo sin que nadie tenga el derecho de arrebatárselo, ni otras personas, ni colectivos de personas ni, lo más importante, siquiera el estado. Esto genera los incentivos adecuados para que las personas quieran esforzarse por mejorar en la vida, trabajar duro y asumir riesgos para perseguir sus proyectos vitales y dejarles algo mejor a sus hijos.
¿Quién se esforzaría por labrarse un futuro y construir unas condiciones de vida mejores si no pudiera disfrutar de ellas? ¿Quién invertiría y arriesgaría su patrimonio si todo le fuera a ser arrebatado? ¿Quién lucharía por el futuro de sus hijos si no les pudiera legar el fruto de tu trabajo? Por eso los impuestos que tasan las herencias son profundamente injustos, porque generan perversos incentivos. Como decía el economista Thomas Sowell: “nunca he entendido por qué es codicia querer quedarse con el dinero que uno ha ganado, pero no es codicia querer quedarse con el dinero que otro ha ganado”.
Nadie, como decía, elige ser pobre. Pero sí elegimos las políticas que nos hacen pobres. Todos esos relatos que hablan de “repartir la riqueza”, de “justicia social”, de “equidad intergeneracional” y eufemismos similares parten de un fundamental error: creer que la tarta tiene un tamaño determinado. Y no lo tiene. La economía no es un juego de suma cero, sino que el tamaño de la tarta crece con el tiempo si las cosas se hacen bien… o mengua si las cosas se hacen mal. Irlanda y Venezuela son el ejemplo. El resto no es más que falaz retórica política.
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