Outumuro, en la tierra baldía

LA BELLEZA SIN TESTIGOS

Publicado: 17 ago 2025 - 00:10

Manuel Outumuro.
Manuel Outumuro. | José Paz

A Manuel Outumuro, su tierra de A Merca (1949) vuelve a acogerlo como las viejas abuelas a sus nietos más revoltosos o a los más distraídos. Les procuran sosiego, los entretienen con algún pequeño obsequio o un juego de palabras que reclame su atención. Outumuro disfruta estos años últimos del aprecio de las instituciones de su tierra, Ourense, y de su pueblo, situado a unos pocos kilómetros de la capital. Un mundo, en cualquier caso, fuera del tiempo.

La vieja aldea natal de Outumuro se desmorona, abandonada por sus vecinos, que se fueron a vivir en los suburbios de Ourense, de Vigo o más lejos, de Barcelona, por ejemplo, como fue el caso del mismo Manuel. En los límites de la aldea, poco más que los del antiguo castro, se han construido edificios sobredimensionados que rompen las sabias proporciones de las casas campesinas, apenas levantadas de la tierra, pensadas para su servicio, integradas como las rocas y los árboles en el paisaje infinito que domina la altura de A Merca. Todavía es posible encontrar los últimos restos de arquitecturas y decorados dinteles de ventanas, galerías de cristales de colores, enrejados de jardines secretos que no necesitaron el cálculo ni el dibujo de los arquitectos. Bajo el cielo abarcador, los días debían pasar lentos y las noches arropar el descanso de hombres y animales, y la germinación de las simientes bajo el profundo y leve velo de estrellas.

El niño Manuel pasó allí, en A Merca, sus diez primeros años de vida. Al cuidado de abuelas y tías, un mundo de mujeres. Los hombres estaban en la emigración de América y después Europa. Una niñez feliz donde el futuro diseñador gráfico y reputado fotógrafo se haría querer, por su sensibilidad creativa y también por su buen sentido. El niño que pudo ser ángel, es una bonita historia que él cuenta y que el cura de la iglesia no hizo posible en el último momento, cuando ya las tías habían matado tres gallinas blancas y las plumas estaban preparadas para formar las alas angelicales de Manuel.

Mulleres de outros mundos

En ese rueiro, junto al atrio de la pequeña iglesia de Santa María, testigo del infantil desengaño, Outumuro ha situado sus fotografías. Colocadas en los canastros, los abundantes hórreos de madera, hoy casi ya construcciones etnográficas, museables, rehabilitados y repintados con el color de la sangre de buey; y también en las ventanas y puertas cegadas por el abandono, en algunos muros inmensos de bloques de piedra que sujetan los taludes de la carretera y en paredes de hormigón, como en la propia fachada de la casa consistorial. Insertadas en los huecos y en los imprevistos rincones, las imágenes semejan lustrosas joyas engastadas en inverosímiles soportes. Son quince las fotos de actrices, cantantes y modelos; en cualquier caso, retratos de mujeres. Su elección responde al criterio del artista. El mundo de mujeres que le rodeaba de niño encuentra ahora esta espectacular réplica, “mulleres de outros mundos”, como dice Outumuro que le dijo una vecina al verlas.

El niño Manuel que se abrió paso en Barcelona, después de pasar por la prestigiosa Escuela Massana, se hizo un nombre propio en el diseño gráfico y, a partir de 1990, también en la fotografía. Isabel Coixet ha dicho que la fotografía, para Outumuro, es la unión de todas las cosas que había hecho antes.

El niño Manuel que se abrió paso en Barcelona, después de pasar por la prestigiosa Escuela Massana, se hizo un nombre propio en el diseño gráfico y, a partir de 1990, también en la fotografía. Isabel Coixet ha dicho que la fotografía, para Outumuro, es la unión de todas las cosas que había hecho antes. Una larga estancia en Nueva York acabaría por afinar las técnicas y redondear una visión un tanto distante, quizá también escéptica, del mundo. Él ha dicho que “la emigración de los padres deja un desarraigo del que no eres consciente hasta mucho tiempo después”. Está por escribirse la gran crónica de la emigración de Galicia. En ella encontraríamos muchas explicaciones, no todas positivas, de lo que el presente nos devuelve. Outumuro parece ahora un tanto ensimismado en la rememoración de aquel tiempo; una tarea necesaria, sanadora, reconciliadora. En las palabras que dirigió al público en el acto inaugural del insólito espectáculo que se ofrecía en A Merca, Outumuro parecía hablar desde muy lejos; probablemente desde la propia niñez en un círculo que ahora parecía cerrarse. Tras recordarla con emoción y sensibilidad, así como la posterior emigración, acertó a decir, es posible que con algún imborrable desasosiego: “y ahora aquí estamos… en la Galicia baldía”. Una expresión dolorida que pudo inquietar a los anfitriones del ayuntamiento y la diputación provincial, pero que explicaba, ahora con palabras, el contexto y el contraste con los outros mundos que allí se mostraban para pasmo improbable de los vecinos y amigos que ya no están y de las casas campesinas vacías, de tejados y solanas derruidas. A mí me remite a T.S. Eliot: “Abril es el mes más cruel,/ criando lilas de la tierra muerta,/ mezclando memoria y deseo,/ avivando raíces sombrías/ con lluvias de primavera.

Retratos con alma

La insólita muestra de las mujeres de Outumuro, en A Merca, se ha prorrogado por segunda o tercera vez. Quizá, ojalá, indefinidamente. Las retratadas forman parte ya de un hipotético nuevo censo de residentes en la localidad, de caras familiares que te observan, sonríen e incluso desafían desde sus poderosas presencias en los rincones más inesperados. Les acompañan la encomiable acción que ha servido para restaurar los hórreos, pero también la llamada de auxilio que emiten sus desamparados hermanos que se pudren en las fincas particulares y en las olvidadas eiras. Recuperar el entorno de la antigua iglesia de Santa María, salvar el conjunto de construcciones tradicionales, los detalles del gusto modesto y siempre utilitario, sería una tarea hermosa, capaz de redimir el daño autoinfligido en las últimas décadas. Las mujeres que Outumuro –Premio Lucie en 2022, el Oscar de la fotografía- descubrió por el mundo adelante debieran tener, en A Merca, un permanente lugar para la exhibición de su belleza ofrecida a la contemplación de los visitantes, pero también para el descanso; en el mismo derecho que los vecinos naturales de este mundo. Las quince mujeres retratadas ofrecen, se ha dicho, su belleza, pero hay mucho más. Outumuro ha afirmado que “un retrato tiene que tener alma”, y en esta fidelidad a la aspiración lograda, las mujeres del fotógrafo ofrecen también misterio, empoderamiento y fragilidad por una duda interior inherente a la actual condición femenina.

Carmen Maura, por Manuel Outumuro en A Merca.
Carmen Maura, por Manuel Outumuro en A Merca.

La feliz iniciativa de la diputación y el concello de A Merca ha sido, a mi juicio, de lo mejor de la programación de estos últimos años. Si por sí misma la exposición en el centro Marcos Valcárcel bastaría para dar la medida de la maestría del fotógrafo Outumuro, es la originalísima intervención en A Merca la que establece la idea de un artista al que necesitaríamos escuchar también a través de su palabra. En las entrevistas consultadas, la inteligencia vivaz de Outumuro se despliega con cautela, en los meandros de la propia y lenta evolución de la confianza y la complicidad. ¡Qué mirada más expresiva la de Outumuro!, siempre acompañada del juego de la boca que, en sus comisuras marcadas y en el labio inferior carnoso recuerda tanto al Álvaro Cunqueiro más goloso e incisivo. Hay en aquella mirada melancólica, que parece hablar desde muy lejos, una gran ternura hacia el tiempo de su infancia.

Vida y obra de Outumuro transitan el camino que va de su presente complejo, hecho de tigor y exigencia, a la inocencia que anida en quienes no han perdido del todo su niñez. “Los diez años en el pueblo, son una continua fuente de inspiración”. A Merca, Ourense toda, podrían no ser solo el receptáculo de los recuerdos de los niños que después emigraron y que, con suerte y siempre tras ingentes trabajos, quizá construyeron una trayectoria vital y profesional a la altura de sus sueños. El país natal debiera intentar ser el escaparate de sus realizaciones, de sus éxitos y también de los intentos frustrados por lograrlo. Conocer a Manuel Outumuro y su obra, en su lugar natal de A Merca, es una oportunidad de aproximarse a la historia del país a través de uno de sus hijos y un ejemplo de resignificación, desde la belleza, de nuestros pueblos y aldeas despobladas antes de que todo sea polvo y olvido.

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