Arturo Maneiro
PUNTADAS CON HILO
El Prestige del Gobierno sanchista
Con dos palabras, “Se acabó” anunciaba la alcaldesa de Gijón, Carmen Moriyón, de Foro Asturias, la ruptura con Vox.
Explicaba después la alcaldesa los enfrentamientos constantes que ha mantenido estos meses con los miembros de Vox, y que la gota que rebasó el vaso fue la decisión de la concejal de Festejos de incluir entre los galardones del Festival de Cine de Gijón uno para la película que mejor recogiera los principios y valores que defiende Vox, y cuestionar la continuidad del premio a la película con temática LGTBIQA+. Previamente, la concejal había tomado iniciativas muy polémicas en las que condicionaba programaciones culturales a la ideología política de los autores o artistas.
La decisión de Moriyón abre un capítulo en las relaciones entre PP y Vox, sobre todo en sus pactos de gobierno municipal y regional. En Gijón se ha roto la baraja, pero no hay día en el que el PP no sea cuestionado por decisiones tomadas por sus socios, fundamentalmente en el área cultural.
No es descartable que la decisión de Moriyón tenga continuidad en otros ayuntamientos y gobierno regionales: los pactos pueden funcionar bien, y de hecho funcionan bien, cuando los representantes de Vox anteponen los intereses de los ciudadanos a los intereses ideológicos de su partido. Pero no siempre ocurre, y Vox está provocando problemas importantes a un PP que empieza a asumir las advertencias que les llegaban antes incluso del 23 de julio: nunca gobernarán mientras tengan a Vox como socio.
Feijóo tiene por delante un desafío que en algún momento debe abordar. Del debate de investidura salió reforzado y convertido en futuro presidente in pectore, pero a corto plazo, no a medio, debe tomar decisiones sobre Vox, un partido que además está en declive, a la baja en votos y escaños. Ha perdido a uno de sus principales figuras, Espinosa de los Monteros, y las artimañas emanadas desde de la sede de la calle Bambú destrozaron a otra figura en alza, Macarena Olona, que desde su descalabro ha entrado en una dinámica disparatada.
Se ha convertido en un partido muy antipático porque, salvando las distancias con los socios de Sánchez, vive en la amenaza permanente al PP. Con la excepción de Abascal, más correcto; pero la idea que se transmite es que Abascal pinta poco en el partido, donde el poder lo ejercen auténticos talibanes.
Mucho tendría que cambiar Vox para convertirse en un partido respetable, de derechas pero respetable. Hoy no lo es. Al contrario, da miedo. Con él como aliado, Feijóo no llegará a ninguna parte.
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