Somos Pinocho

un café solo

Publicado: 14 jul 2025 - 04:11

Opinión en La Región.
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A Pinocho cada vez que mentía le crecía la nariz. De esta manera, los engaños quedaban inmediatamente al descubierto para los demás, antes incluso de que él se diera cuenta. Tropecé de casualidad con este viejo cuento en una feria. Ninguna edición especial. Me llamó la atención solo por su colorida portada. Me quedé un rato en la historia del pequeño muñeco de madera que quería ser un niño, costase lo que costase. Instintivamente me toqué la nariz. Seguía como siempre. Pero yo sabía que de ser esa marioneta, el apéndice ya hubiese crecido unos centímetros. Porque en ese momento, caí en la cuenta de las muchas mentiras que nos contamos a nosotros mismos. Hoy no tomaré café. Esta noche me acostaré temprano. No voy a contestar ese mensaje. Ya estoy llegando. Solo ha sido un mal día. No daré más explicaciones. No estaré delante del móvil hasta la madrugada. No comeré dulce. Iré al gimnasio. Dejaré de fumar. La llamaré…

La lista, pensé, es casi infinita y cada día puede aumentar con otro engaño. Aunque puede que no sea del todo así. ¿Y si la nariz no crece porque no sentimos que estamos mintiendo? Al menos no en el momento de darle forma a esos pensamientos. A lo mejor esas pequeñas falacias son más bien grandes chutes de energía que necesitamos para intentar que esos anhelos sean verdades. Para conseguir que el día sea más amable. No está mal permitirnos, por un rato, jugar abiertamente a ser embusteros sin complejos, si la mochila solo lleva buenas intenciones, aunque algunas sabemos que nunca se cumplirán porque nos resultan aburridas.

Mentirnos a nosotros mismos de verdad es otra cosa. Nada que ver con esas pequeñas farsas que, generalmente, representamos ante el espejo para convencernos de nada, porque sabemos cómo acabará esa lista. No, mentirnos en mayúsculas es diferente. Normalmente más peligroso. Es cuando negamos la evidencia de la realidad. Cuando falseamos aquello que no encaja en nuestro mapa mental. Cuando tapamos los oídos sabiendo los ruidos que hay y nos creemos ese silencio. Cuando cerramos los ojos para esquivar lo que ya hemos visto. Cuando intuimos que habrá víctimas y nos nos importe.

Estas mentiras ya son más feas. Ser embusteros de coloridos trajes que hacen malabares con las palabras deja de ser entonces inocuo y divertido. Estas sí que harán que nos crezca la nariz. Pero a estas alturas probablemente nadie se dará cuenta, porque pasará desapercibida entre todas las demás. Ni tan siquiera percibiremos el mal olor que desprenden. Demasiada costumbre. Acabo el día viendo la película Destino de Caballero. Uno de sus protagonista asegura: Yo no digo mentiras, le doy amplitud a la verdad. Puro sarcasmo. Lo malo son los seres reales que se lo toman al pie de la letra.

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