La pluma que mandó el emigrante

Sacó de la mochila una bolsa transparente que dejaba ver dos plumas y un bolígrafo con más años que uso y lo que en su día fue un encendedor fardón. “Son objetos personales de mi padre. Es curioso, cuando era pequeño no me dejaban acercarme a las estilográficas, en casa eran como un objeto totémico que utilizaba en el ritual de comunicarse con sus hermanos, emigrantes en Buenos Aires. Para mí la escena era fascinante, algo que yo haría cuando fuese mayor. Y ahora no sé escribir con pluma ni tengo el más mínimo interés porque ya ni escribo con boli. Quizá tú sepas si valen algo”.

La primera era el modelo Parker 51, que comenzó a comercializarse en 1941 bajo el reclamo de ser “la más buscada del mundo” en un mercado de guerra y se convirtió en herramienta de distinción en los años 50 del siglo pasado, made in USA, con el émbolo original y las instrucciones de carga labradas en inglés, además del baño en oro en el capuchón. Elvis en estilográficas, 40 millones de copias vendidas. La otra, bañada toda en oro, era la Parker 61, ya con firma de Industria Argentina.

La primera era el modelo Parker 51, que comenzó a comercializarse en 1941 bajo el reclamo de ser “la más buscada del mundo”

“Una se la envió un tío y el juego de boli y pluma lo trajo la primera vez que vino de visita después de un montón de años”, comentó. Se sorprendió al sacar de la mochila una Parker 51 de la misma hornada. Y todas la que habrá en cada casa donde llegaban las cartas de la emigración. Antonio se definía como un “semianalfabeto” que hizo un Perú con “las cuatro letras que me enseñó tu padre” y cada vez que regresaba repartía plumas a la familia directa, parientes cercanos e incluso lejanos. Era una manera de contribuir a la alfabetización en una época en la que aprender a escribir era un lujo. La tinta sigue siendo el líquido más caro, el papel no está barato, pero el personal ahora gasta en pantallas.

Y después de la nostalgia llegó el trago de la pregunta. “¿Cuánto me darían? ¿No serán de oro?”. Unos 300 euros por pieza como máximo, según el estado de conservación y tras la pista de internet. No dio tiempo a sugerirle que los apuntes para esta columna salen de una pluma que trajo Antoñito de Buenos Aires y que fliparía si supiese que no hay jornada sin homenaje por la estilográfica”. “Pues no está mal, pero sería como vender las palabras de mi padre”.