Francisco Lorenzo Amil
TRIBUNA
Lotería y Navidad... como antaño
RECORTES
Un buen ramillete de medios de información han cargado – y no sin razón- contra esa decisión tomada por Pablo Iglesias e Irene Montero consistente en llevar a sus hijos a un colegio de enseñanza privada caracterizado no solo por su concepto elitista de la educación sino por la factura que se pasa a los padres por su asistencia al principio de cada mes. Montero e Iglesias, gracias a su irrupción en el universo de la política han conseguido consolidar una situación económica francamente desahogada que les permite llevar a sus hijos a un colegio caro y exclusivo y comprarse un casoplón en un predio elegante que ha debido valer una millonada, actitudes ambas que probablemente se complementarán con la adopción de otros lujos al alcance de pocas familias del país y que ellos, con la ayuda de una trayectoria en la política que les ha permitido juntar dos sueldos sumamente generosos más sus correspondientes complementos, aderezado todo con ventajas fiscales y un buen puñado de privilegios añadidos, componen un marco envidiable y capaz de generar recursos suficientes para que sus niños estudien en las mejores condiciones posibles y se desenvuelvan en ambientes prohibitivos para la inmensa mayoría de los hogares españoles.
Cada uno hace con su dinero lo que le venga en gana siempre que no sirva para cometer delitos en pos de más dinero. Pero no estorba reconocer la discordancia de este escenario en el que han decidido plantear su existencia dos adalides de la lucha de clases convertidos hoy en una pareja de jóvenes millonarios profundamente burgueses, copia exacta del prototipo de estrato social que ambos han denostado en permanente y abundante discurso social tantas veces repetido que ahora se convierte en ridículo, patoso y lo que es peor, cuajado de impostura, y mentira.
En mi opinión, la premisa que debe primar en el catálogo de actuación de un político es la coherencia, sinónimo incuestionable de honradez y verdad. Y debe primar incluso por encima de la competencia. De poco sirve un representante popular que sea buen gestor si su gestión no está presidida por la coherencia. Estos dos hace mucho que la han perdido si algún día la tuvieron.
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