Principios y títulos

Publicado: 22 dic 2025 - 03:10

Opinión en La Región
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Se comentan mucho siempre entre escritores, lectores y críticos los principios de las novelas, ya que se supone que esos principios marcan desde el primer momento la originalidad del autor, su creatividad y su talento para hacer que con unas pocas palabras el lector se zambulla en la historia y ya no pueda dejarla hasta el final.

Los ejemplos son innumerables. Muchos tenemos una buena colección de ellos guardados en la memoria, como si algún día nos los hubieran grabado allí con letras de molde en unas imborrables y bellísimas inscripciones en piedra o mármol salidas quizás de la columna Trajana. Como tesoros indestructibles. Casi como si formaran parte de nuestra naturaleza o de nosotros mismos.

Uno de los más conocidos es, por supuesto, el de “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquel día lejano en que su padre lo llevó a conocer el hielo.” Sorprende que la longitud de este texto no haya sido nunca un obstáculo para que millones de personas se lo aprendieran de memoria, a veces casi sin querer a la primera lectura.

¡Uau, vaya título! Hoy entre tanto Twitter o X, TikTok, Instagram, etc., esa novela acabaría muerta y abandonada en la mesa de novedades de las librerías, simplemente porque nadie tendría tiempo ni siquiera para leer el título.

O el fascinante y misterioso de “Ana Karenina” de Tolstoi: “Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera.”

También los hay breves, por supuesto.

El mejor para mi gusto e insuperable es el de “Moby Dick” de Melville: “Llamadme Ismael.” También el de “El hobbit” de Tolkien: “En un agujero en el suelo, allí vive un hobbit.” El de Saramago en “Intermitencias de la muerte”: “Al día siguiente no murió nadie.” Y el fabuloso de “El dinosaurio” de Augusto Monterroso, que en un alarde de ingenio propio de un prestidigitador del lenguaje constituye en sí mismo el principio, el final, y la totalidad del cuento: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”

Pero yo quería hablar no de los principios sino de los títulos. No se si se habrán fijado pero de un tiempo a esta parte, sobre todo en el siglo veinte, los títulos se volvieron brevísimos: “El extranjero”, “1984”, “It”, “Dune”, “La perla”, “2666”, e incluso hay una novela de Carmen Laforet que se titula simplemente “Nada”.

Pero no siempre fue así. Uno de mis títulos favoritos es el de Robinson Crusoe, ¿lo recuerdan?:

“La vida e increíbles aventuras de Robinson Crusoe de York, marinero, que vivió veintiocho años completamente solo en una isla deshabitada en las costas de América, cerca de la desembocadura del gran río Orinoco; habiendo sido arrastrado a la orilla tras un naufragio en el cual todos los hombres murieron menos él. Y con una explicación de cómo al final fue insólitamente liberado por piratas. Escrito por él mismo.”

¡Uau, vaya título! Hoy entre tanto Twitter o X, TikTok, Instagram, etc., esa novela acabaría muerta y abandonada en la mesa de novedades de las librerías, simplemente porque nadie tendría tiempo ni siquiera para leer el título.

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