La puerta que fue bodega en la calle Hernán Cortés

LA CIUDAD QUE TODAVÍA ESTÁ

Publicado: 24 dic 2025 - 06:10

La puerta que fue bodega en la calle Hernán Cortés
La puerta que fue bodega en la calle Hernán Cortés

Siempre estamos paseando por un bosque. Bajo estas losas de piedra, en estas calles en las que vemos envejecer a nuestros convecinos, en los jardines recién hormigonados. Todo es un bosque. También debajo de los bares donde se comían las tapas populares, que ahora son una frivolidad para turistas. En el suelo, en todo el suelo, late la frondosidad. Una frondosidad que volverá cuando nos hayamos ido, que como especie tenemos talento para hervirnos en nuestra propia sangre. Es muy consolador saberse siempre en la naturaleza. No hay que ir a ninguna parte. Es aquí. Aquí mismo. Si no estuviésemos domesticando a la vida, todo florecería bajo nuestros pies, los árboles llegarían a viejos (suertudos ellos, que habitan un tiempo distinto al nuestro) y esta selva que habitamos haciendo fuerza para habitarla, sencillamente, regresaría.

El bosque que fue talado para construir este vividero sigue ahí dormido y despertará en cuanto los hombres dejen de empujarlo. Hay que tenerlo presente, como un vecino más, porque, aunque invoquemos al desierto y nos empeñemos en desgastar la capa viva de la tierra, la tierra tiene memoria y volverá a ocupar su sitio como mejor entiende, que es siempre con la multiplicación y la vivacidad. En cambio, la ciudad anterior ya fue ciudad anterior y no regresará nunca. Ya sucedió. Ahí no podemos volver. Por eso, convendría mirar lo que queda con atención, con el cariño hacia el desamparado, para ayudarlo a suceder en este tiempo nuestro y hacerle un hueco. Más que hacerle un hueco, no robárselo ni desahuciarlo. Y así, caminando por este bosque talado sobre el que está la ciudad, podemos hacer memoria, que es un ejercicio muy sano. Porque para saber quién eres hay que comprender quién has sido. Y Auria es sobre todo un cogollo medieval, casa de obispos y también de cereales y vino. Nos quedan las señales de cuando la ciudad era aldea y sitio de cosechas.

En la Auria vieja nos lo revelan algunas puertas de bodega como esta de la calle Hernán Cortés, en la trasera de Santa María Nai. Una puerta antigua con rejilla-respiradero, para que los aires de adentro y afuera se intercambiasen refrescando fermentaciones sucesivas. Unas rejillas ambiciosas, casi sagradas, como las celosías de una ermita. Pasar junto a ellas, porque son tres rejillas en tres paños de puerta, es también comenzar una conversación (los lugares están para ser dialogados y pobre del que no cultive la buena conversación con los espacios). Esta puerta nos habla de otra ciudad. De cuando la ciudad era aldea. Un lugar en calma, donde el árbol no era proscrito, sino un ciudadano más, igual que los animales de cuadra y las plantas de huerta. Aquella ciudad-aldea que ya no está se antoja un lugar más amable para las ideas importantes, que son todas las que llegan sin ruido. Y uno piensa en el bosque que estaba debajo, que lo dejaban asomar por arriba. Y que esta Auria vieja, que permanece quieta en una paz maravillosa, es el espejo confiable donde deberíamos mirarnos y comprender cómo vivir bien aquí y ahora. Vivir en silencio. Caminando sin peligro de ser atropellados. Maravillados y orgullosos de custodiar regalos del tiempo, como las puertas de esta bodega. Pasear la calle Hernán Cortés en la tarde que oscurece, cualquier día entre semana, que son los días sin nombre, sirve para certificar que el cochismo no hace falta. Que las zonas de bajas emisiones son una pantomima. Que lo nuestro como humanos es caminar. Caminar y florecer, como florecen los árboles y los buenos pensamientos.

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