Arturo Maneiro
PUNTADAS CON HILO
El Prestige del Gobierno sanchista
No recuerdo haber escrito nunca una carta propia a los Reyes Magos, no por ser republicano de nacimiento, no. Simplemente porque pertenezco a esas generaciones ajenas a Papá Noel, a quienes los reyes de Oriente con suerte nos traían un juguete además de alguna prenda necesaria para el invierno. Esta locura consumista no ha conseguido capturarme. No, no escribo cartas de fantasía pidiendo aquello que puedo conseguir con mi esfuerzo o voluntad. Respeto, sí, la ilusión de los más pequeños de la familia aunque me duela ver como caen en las garras del comercio y la clasificación de clases, según sea el poder adquisitivo de sus mayores. Cada año, después del paso del gordo rojo de la Coca Cola y los tres disfrazados en camellos, me pregunto cuántas desilusiones habrán sembrado en quienes cuyas cartas hayan sido simples frustraciones. Hace tiempo escribí una historia infantil, “Noche de Reyes en Kalpankalá”, incidiendo en semejante dicotomía. El libro, magníficamente ilustrado por Mª Fe Quesada, en sus versiones gallega y castellana, anda rodando por cientos de bibliotecas. En esa historia el gordo y los magos acaba siendo una vieja intrépida como en la realidad lo son los padres, abuelos, padrinos…
No creo en la magia de estas Saturnales pantagruélicas convertidas al cristianismo. Las aceptaría como fiestas del solsticio de invierno si no fuera que representan el mayor retrato de la hipocresía reinante. Sin pudor se usan para escenificar necesidades políticas. Y resultaría encomiable si los deseos de quienes nos rigen realmente fueran proyectos plausibles y no pura palabrería en función de cada circunstancia. Y aún peor, resulta disparatado ver a políticos respetables y sesudos pidiendo milagros a las vírgenes y santos para solucionar los problemas sociales que a ellos incumben gestionar. Justificar semejante paripé en aras de la tradición, además de anacrónico, está fuera de la realidad.
Por lo dicho y más, no les voy a escribir a los queridos Reyes Magos. Si redactara una carta repleta de deseos habría de dirigirla a quienes nos gobiernan, sin excepción, en cuyas manos está nuestro presente y el futuro de nuestra descendencia. Sin embargo, una vez escuchados casi todos los discursos de los presidentes/as autonómicos, además de al rey Felipe VI, he tenido la impresión de asistir al cacareo de un corral de gallos egoístas, ajenos a las necesidades del país. Tanto que, por primera vez, el discurso del monarca me ha parecido el único sensato y brillante. En el papel de árbitro, que le corresponde, se ha remangado para exigir acabar con la contienda atronadora entre los partidos, seguramente porque siente temblar los cimientos de su cargo. El rey, que a lo largo de estos diez años ha dado evidentes muestra de conservadurismo, ha pedido serenidad de un modo global, ya que no debe mojarse partidariamente, y ha optado por desear el pacto de convivencia que instauró la democracia tras la dictadura.
Si yo escribiera esa carta a todos los políticos les exigiría anteponer la convivencia y el país a los intereses partidarios. Porque ¿si no se aprueban los presupuestos del 2025, a quién se perjudica, al Gobierno o a la ciudadanía? ¿Si se zancadillea una nueva ley de vivienda a quién quitamos el techo? ¿Si se impide el reparto de inmigrantes entre las comunidades, dónde queda el bien común y la solidaridad? Y si Felipe VI ha vuelto a sacar la Constitución al tapete es porque, además de estar obsoleta, si no se reforma el Título II la propia monarquía rematará por ser inconstitucional. No, no estamos para magos de cartón piedra.
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