Opinión

Montealegre: 10 años perdidos

El viernes 11 de junio se cumplió una década de la (primera) inauguración de Montealegre. Que el Concello de Ourense no organizase ningún acto -15 meses con la agenda del recinto en blanco- encaja dentro del desinterés por cualquier cosa que no pueda rentabilizar Gonzalo Pérez Jácome. Que los herederos del bipartito -PSOE y BNG- evitasen recordar la efeméride se entiende por lo incómodo de la memoria: la que iba a ser “la referencia medioambiental”, “un jardín botánico único” e incluso “un motor de empleo” ha vivido su décimo cumpleaños en la semiclandestinidad.

Montealegre funciona hoy como monumento de todo lo que pudo ser y acabó no siendo. Ha sufrido vandalismo, incendios, aparcamientos ilegales, jabalíes y hasta una condena por plagio. La compra de los terrenos sí recuperó la zona, pero a partir de ahí los 3 millones de euros invertidos -2,2 del Plan E- obligan a preguntarse hoy qué quería hacer exactamente allí Demetrio Espinosa. Con su hermana Elena en el Ministerio de Medio Ambiente -y esas prórrogas ilegales a los grandes embalses en la Ribeira Sacra-, el concejal capitaneó el proyecto, se realizó una inauguración en diferido para salir en la foto antes de irse de la Corporación y a los seis meses ya estaba cuestionando en público a su sucesora, Marta Arribas, que cerró el parque a los tres meses para completar los deberes pendientes -la obra ni se había recepcionado-. En realidad, los grandes planes de Espinosa fueron caducando a la misma velocidad que se secaban las plantas recién plantadas en aquel verano del 2011.

En esta década nadie en el Concello supo nunca qué hacer con Montealegre. Desde luego tampoco la oposición, que solo mostró interés por el proyecto para atizar al gobierno: tras llegar al poder lo dejaron desvanecer. Hoy las acacias invaden un lateral, la zona norte está abandonada -en contraste con la otra parte, bien atendida-, los proyectados espacios para magostos se fueron al limbo junto a rentabilizar el auditorio al aire libre, el cemento ha ido ganando espacio con intervenciones kafkianas y al parecer, desde 2016 ningún político, asesor o funcionario ha encontrado extraño que un vecino tirase cuarenta metros de la valla del recinto, construyese un galpón en una finca aledaña y acumule allí escombros. Mostrando su radical defensa del parque, el Concello primero catalogó esos residuos como municipales, después se escudó en la ausencia de denuncias y acabó señalando a la Xunta como la hipotética responsable de frenar esa agresión contra el paisaje.

La paradoja es situar este fracaso como el capítulo posterior a la degradación del que sí fue hace mucho un hermoso botánico: el Posío. Al final sobre ambos ha caído el manto del olvido municipal. Y si el Jardín espera por su reforma, Montealegre también exige una reinterpretación urgente. Para empezar, con cosas tan sencillas como quitar las plantas invasoras, borrar los pegotes innecesarios, reivindicar las especies autóctonas o ampliar sus raquíticos horarios: es inconcebible que incluso en plena pandemia -con la necesidad de los espacios al aire libre- solo estuviese abierto de 10 a 18,00 en invierno y ahora en verano apenas tres horas más.

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