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Begoña Gómez tiene todo el derecho a defenderse, y su abogado a buscar el resquicio legal que permita a su cliente a sortear, si quiere y puede, una comparecencia ante un juez hacia el que Gómez y Antonio Camacho consideran contaminado por especial animadversión hacia el presidente. Aun así, Begoña Gómez más que nadie, y su propio marido, deberían ser los primeros en facilitar el trabajo de los jueces para que se disipe la sombra de sospecha sobre el PSOE y el Gobierno. Si hay alguien que tendría que empeñarse en la máxima claridad ante las acusaciones que penden sobre ella, es precisamente Begoña Gómez.
Su actitud es respaldada por su marido -se entiende- pero también por el resto del Gobierno, aunque con frecuencia esa lealtad mal entendida les deja bajo las patas de los caballos, porque aparecen ante la opinión pública como mentirosos o sometidos a un criterio presidencial que les obliga a ir en contra de lo que defendían.
Si no lo hace, parte del pueblo español tendrá razones para quedarse con la idea de que es una mujer poco estricta con el comportamiento al que obliga ser la esposa de un presidente de Gobierno
La actitud de Sánchez y Gómez ante el juez Peinado o cualquier juez y fiscal decididos a cumplir con los trámites judiciales, coloca en una situación imposible al matrimonio, por mucho que la “clac” sanchista intente hacer pasar por ineficaces, tendenciosos y acosadores a quienes pretenden que personajes ya imputados comparezcan ante un tribunal para continuar las diligencias. O ante un jurado popular como el que ahora propone Peinado, para que explique Begoña Gómez su papel en operaciones sobre las que existen dudas de legalidad. Si no lo hace, parte del pueblo español tendrá razones para quedarse con la idea de que es una mujer poco estricta con el comportamiento al que obliga ser la esposa de un presidente de Gobierno.
Cita en Moncloa -mensaje subliminal de poderío- al rector de una universidad al que pide que cree una cátedra para ella a la que no tiene derecho porque no cuenta con la titulación necesaria. Para financiarla, solicita el patrocinio de varias empresas, entre ellas una cuyo futuro depende de una importante ayuda millonaria del Gobierno. Gómez escribe una carta a un miembro del Gobierno para que apoye esa iniciativa en el Consejo de Ministros. Se aprueba. En pocos meses, Begoña Gómez crea una trama de empresas que envían alumnos a su cátedra, que apenas tiene inscripciones. Paralelamente, otros empresarios amigos reciben ayudas oficiales. A las que probablemente tienen derecho, pero la sospecha pende también sobre ellos porque es ya de dominio público que Begoña Gómez es una excelente “conseguidora”.
Este esquema, que seguramente contiene fallos de bulto, es sin embargo el resumen de lo que piensan infinidad de españoles. Y también lo recogen importantes medios internacionales de comunicación.
Que el matrimonio presidencial mantenga su política de descrédito hacia jueces españoles que pretenden conocer la verdad sobre la corrupción -la campaña no afecta solo a Pintado- supone desacreditar a España, a las instituciones y a los ciudadanos españoles.
Todo ello impulsado desde La Moncloa, dada menos que desde La Moncloa, donde vive y tiene su despacho el presidente de Gobierno.
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