Miguel Anxo Bastos
Extremadura: la clave está a la izquierda
TRIBUNA
Si se entera Broncano le estalla la cabeza: TVE es un invento franquista. Año 1956, Gabriel Arias Salgado da el discurso inaugural en horario de máxima audiencia; es decir, habla para los 600 televisores que había en Madrid entonces. El ministro de Información proclama “los dos principios básicos” que deberían “enmarcar todo el desarrollo futuro de la televisión en España”: “la ortodoxia y rigor desde el punto de vista religioso y moral”, y “la intención de servicio y el servicio mismo a los principios fundamentales y a los grandes ideales del Movimiento Nacional”, lo que trasladado a nuestro democrático tiempo podría traducirse por rigor desde el punto de vista moral y constitucional, y la intención de servicio público a todos los españoles. ¿Queda hoy algo de todo eso en la televisión pública?
Si se entera Broncano le estalla la cabeza: TVE es un invento franquista.
Durante la democracia, TVE nunca ha dejado de ser un tentador instrumento de poder al servicio del Gobierno, combinando esta deriva con algunos de sus principios fundacionales, como la información de servicio público, las retransmisiones deportivas y el entretenimiento. En los 90, roto el monopolio con la aparición de las privadas, TVE tuvo que reinventarse y encontrar su razón de ser procurando no convertirse en el palo en la rueda de las nuevas cadenas.
Resulta imposible pasar por alto aquel subliminal letrero “PSOE” que TVE coló durante la repetición del gol de Butragueño a Dinamarca en el Mundial de México de 1986, en plena campaña electoral. No es, ni de lejos, el mayor intento de manipulación de la audiencia, pero tal vez sí el más icónico, porque todos los que han venido después son, de algún modo, hijos de aquella intentona.
Hay un pequeño salto del letrero del Buitre al documental contra Ayuso convertido por Sánchez en “asunto de Estado”, emitiéndose simultáneamente por La 2 y el Canal 24 horas, pero es el salto que ha dado toda la gobernanza; antes la manipulación pretendía ser discreta, incluso subliminal, al igual que la corrupción, hoy no, hoy la discreción se considera un elemento disuasorio de la fuerza de la campaña, por lo que se opta por golpear a las masas con toda la propaganda posible y de la forma más descarada, sabiendo que la nota característica de la política de la España de 2025 es la impunidad de los gobernantes, y habiendo comprobado mil veces que el poder de la maquinaria de RTVE sigue siendo, incluso en la era de TikTok, una fuerza decisiva. Quizá por eso Junts arrodilló a Sánchez hasta que logró uno de los sueños más codiciados del separatismo: que La 2 emita íntegramente en catalán en Cataluña, es decir; el Gobierno ha entregado a una tercera parte de los catalanes una cadena que pertenece a –y que pagan- todos.
Resulta imposible pasar por alto aquel subliminal letrero “PSOE” que TVE coló durante la repetición del gol de Butragueño a Dinamarca en el Mundial de México de 1986, en plena campaña electoral.
Junto a las manipulaciones, hay otras dos disputas habituales en torno a la Corporación. Primero, su gestión económica, y segundo, su vocación de servicio público inexcusable en un tiempo en el que la interminable oferta de televisión privada hace bastante dudosa la necesaria existencia de medios audiovisuales en manos del Gobierno.
TVE tiene hoy una deuda acumulada de 430 millones de euros. Su presupuesto supera los 1.000 millones de euros, mientras que el gasto en personal alcanza los 500 millones de euros al año; enorme masa de personal cualificado que, de todos modos, no ha librado a RTVE de la reciente apertura de un proceso de licitación para comprar 120 licencias de ChatGPT para textos e imágenes.
TVE tiene hoy una deuda acumulada de 430 millones de euros.
Con este panorama, un Gobierno responsable estaría buscando por dónde recortar gastos para equilibrar las cuentas. Sánchez está haciendo lo contrario. Si en 2023 fichajes estelares como Julia Otero, Ana Mogarde, o Xavier Sardá se saldaron con un coste de más de un millón de euros en sueldos a cambio de menos de un 7% de cuota de pantalla, en 2025 la apuesta por altos salarios y mediocres contenidos se mantiene desatada, con el regreso nostálgico a la telebasura con Marc Giró, Belén Esteban y María Patiño, o el inminente aterrizaje de Andreu Buenafuente y Berto Romero en la enésima estrategia por ayudar a un Broncano que llegó para comerse el mundo y logró aburrir a la audiencia en tiempo récord.
Recordemos que el programa en el que Broncano hace humor cien por cien ideológico al servicio de Moncloa –pretende que en 2025 media España se ría de la otra media en la tele de todos- y pregunta a sus famosos invitados cuándo fue la última vez que mantuvieron relaciones sexuales y cosas por el estilo, nos cuesta unos 1.200 euros por minuto; cierto que está lejos aún del estelar Masterchef -3.400 euros por minuto- pero también lo está en su propósito de entretenimiento para una audiencia amplia de todas las edades.
Por otra parte, la televisión del Gobierno no pierde ocasión de romper el mercado con ofertas imbatibles por espectáculos deportivos, comprando por 7,5 millones de euros las finales de la Champions hasta 2027; imaginamos a José Pablo López, presidente de RTVE responsable de toda esta locura, rezando como un loco para que al menos se clasifique el Real Madrid. Y por si esto fuera poco, la guinda la acabamos de conocer en los últimos días: RTVE ha comprado los derechos del Mundial de Fútbol de Estados Unidos del año que viene por casi el doble de su precio de mercado, birlándoselo a las privadas a costa de despilfarrar escandalosamente el dinero de todos los españoles, que en todo caso lo verían igual en Cuatro, en Telecinco, o donde fuera.
¿Independencia? No. ¿Servicio público? El mínimo. ¿Entretenimiento? Decreciente. ¿Función cultural? Están preparando un nuevo Sálvame. ¿Viabilidad económica? Cero. ¿Pluralidad? Ninguna.
RTVE ha comprado los derechos del Mundial de Fútbol de Estados Unidos del año que viene por casi el doble de su precio de mercado, birlándoselo a las privadas a costa de despilfarrar escandalosamente el dinero de todos los españoles, que en todo caso lo verían igual en Cuatro, en Telecinco, o donde fuera.
La televisión de Sánchez ha perdido toda su razón fundacional. No queda apenas nada de aquel propósito primero de ortodoxia, rigor y servicio público. Y es demasiado cara. La sectaria y manirrota gestión de RTVE se ha convertido en el mejor ejemplo de por qué es urgente que Sánchez abandone La Moncloa y libere a la España común que tiene secuestrada por su ambición de poder, y que el sentido común y el consenso vuelvan a ser de una vez la nota dominante en la planificación de lo público, de lo que es de todos los españoles.
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