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En la conversación pública sobre economía, suele hablarse de la sanidad como si fuera un pozo sin fondo. “Cada año cuesta más”, “no hay dinero suficiente”, “el envejecimiento la hará insostenible” … Son frases que suenan a diagnóstico fatalista. Y sí, es verdad que mantener el sistema cuesta dinero, y cada año un poco más. Pero el error está en ver la sanidad como un gasto, cuando en realidad es una inversión que sostiene buena parte de la economía y de la cohesión social. En el Anuario 2025 del Foro Económico de Galicia lo explica a fondo la gallega Beatriz González López-Valcárcel, catedrática de la Universidad de Las Palmas.
Para empezar, el sistema sanitario es el gran pilar del Estado del bienestar. En España, además, es el buque insignia. No solo porque consigue resultados de salud excelentes con costes relativamente moderados, sino porque redistribuye renta de forma masiva. El sistema sanitario, junto con las pensiones, es el gran ecualizador económico: reduce la desigualdad de rentas en España del rango “preocupante” al “normal” europeo. Dicho en lenguaje llano: si no hubiera sanidad pública, la brecha entre ricos y pobres sería mucho más grande.
Pero su papel económico va mucho más allá de la justicia social. La sanidad es un sector productivo en sí mismo, que genera empleo cualificado, atrae ensayos clínicos y desarrolla innovación tecnológica. España, de hecho, es el país europeo que más pacientes aporta a los ensayos clínicos. Y en un mundo donde el dato es oro, la sanidad es una mina: cada análisis, cada diagnóstico, cada seguimiento genera información con valor económico real, tanto para el sector privado como para la investigación pública.
Envejecimiento, cronicidad y tecnología son tres retos inevitables en la gestión de la sanidad, pero los tres pueden controlarse
Entonces, ¿por qué se habla tanto de sostenibilidad? Porque hay dos miedos que conviven. Uno es puramente económico: que el gasto sanitario, impulsado por el envejecimiento y las tecnologías cada vez más caras, crezca más rápido que la economía. El otro es social: que el deterioro del acceso (listas de espera, saturación) empuje a las clases medias hacia la sanidad privada, rompiendo la legitimidad social para financiar con impuestos un sistema que ya no usan.
El primer temor se combate con eficiencia y productividad. Antes de pedir más dinero, hay que conseguir más salud recortando despilfarros. Una vez hechos esos deberes, habrá que decidir: o se aumenta la financiación (subiendo impuestos o priorizando la sanidad frente a otras políticas), o se asume que habrá recortes en la cartera de servicios.
El segundo temor, el de la pérdida de sostenibilidad, es más delicado. Si la gente deja de creer en la sanidad pública empezará a verla como un impuesto inútil. Por eso resolver las listas de espera no es solo una cuestión sanitaria, sino económica y política: supone defender el contrato social que sostiene todo el sistema.
Aquí entra en juego un concepto clave en economía de la salud: el valor. Gastar más no significa tener más salud. El valor se mide por la mejora real en salud y bienestar que se obtiene por cada euro invertido. Y eso incluye no solo indicadores médicos, sino también la experiencia del paciente. Un sistema basado en el valor prioriza las intervenciones más coste-efectivas, y descarta las que aportan poco o nada, aunque sean caras o estén de moda. Por eso, cuando se habla de lo que cuesta la sanidad, hay que ponerlo en contexto.
@J_L_Gomez
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