Septiembre, otra vez

TINTA DE VERANO

Publicado: 10 sep 2025 - 04:55 Actualizado: 10 sep 2025 - 12:52

Opinión en La Región
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Septiembre llega a Ourense -o viceversa- como un susurro templado tras los días abrasadores de este nefasto agosto. El aire parece al fin rendirse a la suavidad, y las sombras se alargan sobre las piedras centenarias de nuestra zona histórica. La ciudad, cuyo pulso apenas latía hace pocas semanas por el calor que la inmovilizaba, respira de nuevo, y en las calles se esparce el olor de los castaños, que comienzan ya a vestirse de ocres.

Siempre hay algo en este mes -ideal para visitar la capital- que invita a caminar despacio, como si el tiempo se hubiese plegado sobre sí mismo, para permitirnos saborear cada rincón de la urbe. El sereno y profundo padre Miño refleja un cielo más claro que nunca, pero salpicado de nubes que anuncian las lluvias por venir. A sus orillas, los paseos se llenan de ciclistas y caminantes que disfrutan el frescor que septiembre ofrece como regalo efímero.

Nuestro río, espejo de las estaciones, viste su cauce con las primeras hojas que caen, presagiando ya el otoño y recordándonos la suerte de contar con un refugio en la naturaleza, incluso en el corazón de la ciudad. Y también las termas, guardianas del secreto milenario de nuestras aguas medicinales, cobran un protagonismo renovado con el cambio de estación. Revive así el Ourense más íntimo, el que se disfruta sin prisa, a media voz.

Las calles del casco viejo, con sus soportales de piedra y sus plazas recoletas, se visten de otra luz. El sol de septiembre no es el mismo que el de julio; es inclinado y acaricia, en lugar de abrasar, dibujando sombras largas sobre los adoquines. En las terrazas, la apatía veraniega se transforma en un bullicio amable: vecinos que charlan, turistas que descubren el encanto discreto de una ciudad siempre a punto de contar una historia.

Septiembre en Ourense es una invitación a redescubrir lo más cercano, a abrazar el regreso a lo cotidiano, tras las vacaciones estivales.

Los mercados se llenan de frutos que anuncian el cambio de ciclo. Las uvas brillan en los puestos anunciando la vendimia y el aroma de los higos impregna el aire. Es un tiempo de transición: la luminosidad del verano aún luce, pero el otoño ya asoma su manto de colores. Caminar por la Plaza de Abastos nos adentra en un mosaico que refleja el alma rural de esta ciudad, siempre tan cercana a su tierra fértil.

Aquí, en esta época, los atardeceres son un espectáculo aparte. Desde cualquiera de los puentes que cruzan el Miño se puede disfrutar de un horizonte teñido de rojos y anaranjados. Una luz suave y oblicua que invita a la contemplación. Es el momento perfecto para detenerse, para dejar que el tiempo fluya despacio, como las aguas de un río que ha visto pasar tantos siglos de historia. Ourense se saborea mejor en silencio.

Y de noche, el encanto es distinto. Las farolas iluminan las callejuelas empedradas, el murmullo de las fuentes acompaña a quienes pasean, y el aire fresco anuncia que el verano ha quedado atrás. Septiembre en Ourense es una invitación a redescubrir lo más cercano, a abrazar el regreso a lo cotidiano, tras las vacaciones estivales. Un mes donde esta ciudad respira hondo, para enseñarnos que cada estación tiene su magia.

Septiembre se asocia además con el comienzo del curso, incluso el político; pero se ha sacudido aquella connotación negativa que lo asociaba con el fracaso, con los malos estudiantes, igual es que no hay. Ya nada “queda para septiembre”, ya no se repite. Salvo en política. Ahí sí que se suele repetir. Veremos entonces si el presente curso que ahora inicia será o no una repetición del anterior; aunque alguna pista nos han dado ya.

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