No sirven para nada las puertas

Publicado: 25 ene 2025 - 00:35

De mirar al suelo, me perdí algo de alrededor. Como al perro de mi vecino, que se rasca el culo contra la pared del rellano. O como la señora del edifico de enfrente, que fuma en el balcón y tira sin mirar los cigarrillos a la calle.

De mirar al suelo, a veces me pierdo caminando. Nunca antes había caído en la cuenta de que el barrio del Couto está repleto de calles con nombres de pintores. La Zurbarán, la Greco, la Velázquez. Me lo dijo mi amigo el Aitor. Será que él nunca mira al suelo.

En la Murillo, calle a la que no le pusieron el nombre de pila por motivos obvios, vivía su abuela. Ella había consumido un porcentaje de vida considerable en Holanda. Cosiendo neumáticos para Michelin. Que antes emigrábamos para poder ganar cuartos. Que antes los neumáticos duraban más. La felicidad es probable que menos. Tenía las manos llena de cicatrices, de coser, claro, y se ponía guantes cuando a alguien se le daba por hacer una foto familiar.

Qué manía con guardar recuerdos de todo. Los guantes, por cierto, se los prestaba la Anghélique, que era su vecina de enfrente en Eindhoven. La abuela del Aitor se pasó media vida ahorrando. Que dicho así no le extraña a nadie. Y no es que la señora fuese una cutre, es que ella tenía muy claro donde iba a gastar las pesetas.

Cuando volvió a España, al Couto, a la Murillo, encargó una puerta blindada para su casa, porque vivía ella con el miedo perpetuo de que, en algún momento, le robasen todo lo que tenía. Que no era mucho, pero era suyo. Ahora ya solo ahorramos para comprarnos un teléfono mejor.

Un día, porque la vida tiene este funcionamiento siniestro donde termina, la abuela del Aitor falleció. Supongo que feliz, porque la puerta blindada había hecho su trabajo de manera óptima y todos los neumáticos y todas las cicatrices de las manos, cobraban un sentido de carácter vital. Me imagino que será así, que al final puedes irte satisfecho. Unos meses después, el Aitor fue a casa de su abuela, que le había dejado ella un juego de llaves “por lo que pudiera pasar”. Al entrar se encontró todo destrozado. Los cajones esparcidos por el suelo, las cosas inútiles despedazadas por completo, las útiles, ya no estaban.

No habían dejado ni las bombillas. Ni la vajilla marrón de cristal. Todo estaba roto, aunque menos roto que la piel de su abuela. Habían desvalijado por completo la casa impenetrable de la puerta blindada. Pero la puerta, por algún motivo, estaba intacta.

Se enteró al cabo de los meses que había sido uno de sus tíos, hijo de su abuela, que no tenían mucha relación, o sí, pero no muy buena. Al final, me lo dijo el Aitor, de muy poco sirve tener puertas.

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