Arturo Maneiro
PUNTADAS CON HILO
El Prestige del Gobierno sanchista
Un pupitre pequeño. Un miedo inmenso. Un encerado grande. Una frase escrita. Una caligrafía redonda y cálida. Una letra repetida. La tiza blanca escribiendo casi al unísono que el lápiz mordido. Un encadenamiento de consonante y vocal: “Mi mamá me mima”, “mi mamá me ama”. Así aprendieron a leer varias generaciones: con una frase sencilla, puede que también cursi, pero fácil de entender. Y ahí está el truco. No sólo es cuestión de ir juntando letras si no, y sobre todo, de asimilar lo que se lee, más allá de repetir como un mantra ese abecedario apuntado. Nos enseñaron la “m”, al tiempo que éramos capaces de descifrar el mensaje simple. Porque leer es mucho más que unir fonemas para formar palabras y encadenar frases. Saber leer de verdad es una herramienta poderosa que permite comprender la narración, al margen de posteriores interpretaciones personales. Si dejamos que se oxide, será más fácil estar indefensos ante interpretaciones con intereses poco limpios y lecturas reescritas, que no seremos capaces de rastrear para otorgarles su justo lugar. Sucedió con lecturas influyentes en siglos pasados, con resultados de tragedias.
Leer de verdad implica descifrar las palabras, dotarlas de contenido, tamizarlas en nuestro cerebro, situarlas en su contexto original y escuchar los interrogantes, las comas, las exclamaciones, los puntos y las comillas. Y esa es nuestra responsabilidad. Muchos han señalado, con un aire de superioridad nada disimulado, que las personas analfabetas de este peligroso siglo XXI son las que no dominan las nuevas tecnologías, que de tan repetidas ya empiezan a saber a caducadas. Pero en realidad, lo son quienes no interpretan lo que leen, quienes se dejan arrastrar por la furia y la rabia de revueltas redes sociales insultando, atacando y reinterpretando hechos, declaraciones o pensamientos que, a veces, ni siquiera fueron. Es más cómodo o, al menos más fácil, eludir la propia conciencia crítica y delegar las culpas en otros, siguiendo los caracteres de autoproclamados guías y expertos en mil materias, algunas aún sin nombre. Los grandes manipuladores de la historia lo sabían. Por eso trituraban las palabras, las aislaban para que dijeran lo que nunca habían dicho, las retorcían hasta que una humilde “m” pareciese una “w”, las tergiversaban para que se rindieran y perdiesen su contenido.
Los manipuladores de nuestro momento son buenos profesionales y han encontrado en las medias verdades y en las mentiras repetidas a gran velocidad el campo perfecto para llegar a su meta casi inmaculados, porque saben cómo apartarse de las salpicaduras. Saber leer es un arma poderosa. Saber leer es captar la ironía, descifrar la incógnita, asimilar la metáfora y situar el relato. Saber leer es saber que no es lo mismo dialogar que claudicar, y que tampoco es lo mismo una pandemia que una manifestación. Empecemos: “Mi mamá me mima”.
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