Las cuentas del gran capitán

La carta seguramente es falsa como se cree pero ya saben ustedes, como decía John Ford: "Si la leyenda supera la realidad, sigue la leyenda"

Publicado: 26 may 2022 - 04:48

El Gran Capitán fue Gonzalo Fernández de Córdoba, un militar extraordinario al servicio de los Reyes Católicos al que pueden ver ustedes joven en la conocida y estupenda serie de televisión española “Isabel”. Vale, esto es una bobada, probablemente él no tenía el aspecto del actor Sergio Peris-Mencheta, pero nos podría servir como punto de partida. Un chico alto, atractivo, seductor, bien plantado, fabuloso jinete y gran espadachín, genial estratega y, esto es muy importante, leal hasta la muerte a sus reyes como un irreductible Lanzarote del Lago.

Hace semanas en una intrascendente conversación familiar de sobremesa salió este personaje, y descubrí que mis familiares aunque como todo español conocían la expresión y su significado, no habían leído nunca la famosa carta de las cuentas. Una carta inexistente o que si existe estará enterrada en algún lugar ignoto de la Biblioteca Nacional o el Archivo de Simancas, pero que en cualquier caso pocos historiadores reconocen como auténtica, y de hecho nadie cree que la escribiera él.

La carta, citada innumerables veces en nuestra literatura y nuestra historia, es lo que dio origen a esa expresión coloquial “las cuentas del Gran Capitán”, que viene a ridiculizar la exageración que hace alguien de sus propios méritos o de su derecho a una recompensa o a un reconocimiento; o también la simple exageración de cualquier relación de hechos del tipo que sean.

Tras la conquista de Nápoles y por ende de casi toda Italia por Gonzalo Fernández de Córdoba, el rey Fernando el Católico exigió a su lugarteniente que le detallara por escrito los gastos de la guerra, ya que habían sido gigantescos y habían dejado a la Corona de Castilla prácticamente arruinada. Y supuestamente el Gran Capitán le contestó así (esto lo copio más o menos directamente de la wiki porque no me lo sé de memoria). Va.

“Cien mil ducados en picos, palas y azadones para enterrar a los muertos del enemigo. Ciento cincuenta mil ducados en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por las almas de los soldados del rey caídos en combate. Cien mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del hedor de los cadáveres. Ciento sesenta mil ducados para reponer y arreglar las campanas destruidas de tanto repicar a victoria. Finalmente, por mi paciencia al haber escuchado estas pequeñeces de un rey que pide cuentas a quien le ha regalado un reino, cien millones de ducados.”

La carta seguramente es falsa como se cree pero ya saben ustedes, como decía John

Ford “si la leyenda supera a la realidad, sigue la leyenda”.

Yo y muchos más creo desearíamos ver hoy en día en nuestro país, en nuestro tiempo a algún político, gobernante, militar, opispo o lo que sea al que se pudiera identificar con el espíritu y el sentido de esa carta, pero no hay ninguno. Ya no hay leyendas. Y si vivimos en un mundo sin leyendas, ¿entonces qué?

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