Opinión

Las cuentas del gran capitán

La carta seguramente es falsa como se cree pero ya saben ustedes, como decía John Ford: "Si la leyenda supera la realidad, sigue la leyenda"

El Gran Capitán fue Gonzalo Fernández de Córdoba, un militar extraordinario al servicio de los Reyes Católicos al que pueden ver ustedes joven en la conocida y estupenda serie de televisión española “Isabel”. Vale, esto es una bobada, probablemente él no tenía el aspecto del actor Sergio Peris-Mencheta, pero nos podría servir como punto de partida. Un chico alto, atractivo, seductor, bien plantado, fabuloso jinete y gran espadachín, genial estratega y, esto es muy importante, leal hasta la muerte a sus reyes como un irreductible Lanzarote del Lago.

Hace semanas en una intrascendente conversación familiar de sobremesa salió este personaje, y descubrí que mis familiares aunque como todo español conocían la expresión y su significado, no habían leído nunca la famosa carta de las cuentas. Una carta inexistente o que si existe estará enterrada en algún lugar ignoto de la Biblioteca Nacional o el Archivo de Simancas, pero que en cualquier caso pocos historiadores reconocen como auténtica, y de hecho nadie cree que la escribiera él. 

La carta, citada innumerables veces en nuestra literatura y nuestra historia, es lo que dio origen a esa expresión coloquial “las cuentas del Gran Capitán”, que viene a ridiculizar la exageración que hace alguien de sus propios méritos o de su derecho a una recompensa o a un reconocimiento; o también la simple exageración de cualquier relación de hechos del tipo que sean.

Tras la conquista de Nápoles y por ende de casi toda Italia por Gonzalo Fernández de Córdoba, el rey Fernando el Católico exigió a su lugarteniente que le detallara por escrito los gastos de la guerra, ya que habían sido gigantescos y habían dejado a la Corona de Castilla prácticamente arruinada. Y supuestamente el Gran Capitán le contestó así (esto lo copio más o menos directamente de la wiki porque no me lo sé de memoria). Va.

“Cien mil ducados en picos, palas y azadones para enterrar a los muertos del enemigo. Ciento cincuenta mil ducados en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por las almas de los soldados del rey caídos en combate. Cien mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del hedor de los cadáveres. Ciento sesenta mil ducados para reponer y arreglar las campanas destruidas de tanto repicar a victoria. Finalmente, por mi paciencia al haber escuchado estas pequeñeces de un rey que pide cuentas a quien le ha regalado un reino, cien millones de ducados.”

La carta seguramente es falsa como se cree pero ya saben ustedes, como decía John
Ford “si la leyenda supera a la realidad, sigue la leyenda”.

Yo y muchos más creo desearíamos ver hoy en día en nuestro país, en nuestro tiempo a algún político, gobernante, militar, opispo o lo que sea al que se pudiera identificar con el espíritu y el sentido de esa carta, pero no hay ninguno. Ya no hay leyendas. Y si vivimos en un mundo sin leyendas, ¿entonces qué?

Te puede interesar