La vida en llamas: los efectos de los incendios en las salud

Publicado: 25 ago 2025 - 06:05

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Los efectos de los incendios forestales resultan son devastadores. Pero las llamas tienen otro rostro, angustioso, oculto, silencioso. Cada verano, estas tragedias vuelven a teñir de humo los cielos de nuestro país. No solo calcinan montes, bosques, propiedades y hogares: arrasan vidas, salud, recuerdos. En los últimos días, miles de personas han tenido que abandonar sus casas en Galicia, Castilla y León, Galicia y Extremadura. Parten raudos, con lo puesto, con el alma encogida, sin saber cuándo podrán retornar ni lo que se encontrarán de vuelta.

Contiene gases como monóxido de carbono y partículas diminutas que se cuelan en los pulmones, en la sangre, en el corazón

El fuego no solo devora árboles. También deja cicatrices invisibles. Tampoco entiende de fronteras. Salta de un lado para otro, caprichoso, a merced del viento. El humo que respiran quienes se mueven cerca de los incendios no es solamente molesto: también es tóxico. Contiene gases como monóxido de carbono y partículas diminutas que se cuelan en los pulmones, en la sangre, en el corazón. Puede inflamar los bronquios, provocar ataques de asma, dolores de cabeza, mareos, incluso infartos en las personas más vulnerables. Las PM2.5, partículas suspendidas en el aire con diámetros por debajo de las 2.5 micras (0,0025 mm), están formadas por restos de hollín, metales pesados y compuestos orgánicos volátiles. Por su diminuto tamaño pueden alcanzar nuestros alveolos pulmonares. Lo mismo que las nanopartículas ultrafinas (PUF) todavía más diminutas, menores de 0,1 micrómetros. Provocan inflamación, estrés oxidativo y daños en distintos órganos. Son más dañinas que las provenientes de la contaminación industrial o del tráfico. Nuestros ojos se irritan, nuestras gargantas se resecan y nos cuesta respirar. Y eso, cuando tenemos la suerte de estar a salvo.

Las personas con enfermedades respiratorias o cardíacas, los mayores, los niños o las embarazadas son los que más sufren. El cuerpo reacciona con tos, exceso de mucosidad y fatiga. Pero hay otras heridas, tan profundas como las quemaduras, aunque duelen de manera diferente. Lesionan nuestras mentes. Imaginen por un momento que el fuego se acerca a sus casas. Que asisten impotentes al macabro espectáculo de las llamas consumiendo sus casas, sus árboles, sus corrales y granjas, sus vidas. Piensen que deben huir a la desesperada, sin la certeza de un retorno inmediato. Los psicólogos describen muy bien estas situaciones: después de una catástrofe, la gente puede reír, llorar, quedarse bloqueada. Todo eso es normal. Porque el cuerpo se defiende como puede. El problema es cuando ese dolor y la angustia permanecen, cuando el miedo no se extingue, cuando el insomnio, los recuerdos y el desasosiego se instalan en el día a día. De ahí la necesidad del apoyo psicológico, tan necesario como los cuidados médicos. Porque, aunque no exitan apósitos ni pomadas balsámicas, también debemos curar el alma. Sin duda alguna los fuegos se extinguirán. Pronto volverán las lluvias y nuestros paisaje se teñirán nuevamente de verde. Pero, mientras todo se reconstruye, para muchos nada volverá a ser igual. Todos juntos tendremos que aprender a vivir con lo perdido.

Resulta imperativo mirar hacia delante. Porque la salud no es solamente no estar enfermo. Es atrevernos a respirar sin miedo y a dormir sin pesadillas. Y fundamentalmente sentirnos a salvo, en lo que cada uno entendemos como nuestro hogar.

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