Xabier Limia de Gardón
ARTE ET ALIA
Co gallo do 75 cabodano da morte de Castelao... e Álvaro de las Casas
A MESA Y MANTELES
El mundo del vino ha cambiado radicalmente. Desde la aparición de las vinotecas, el vino es básicamente un acompañamiento para las comidas y una preciada sustancia a la hora de tomar copas. Pero con anterioridad, el vino ha venido gozando de un antiguo prestigio por su inapreciable valor para la subsistencia. Por ello ha venido siendo considerado ante todo como un producto de primera necesidad. En un mundo precario, unas tazas convenientemente colmadas de vino tinto -el más popular-, revestían notable importancia en calidad de nutrientes para contento y salud del cuerpo, ya que suponían una apreciable ingesta de calorías baratas.
Por su versatilidad y funcionalidad poliédrica, el vino ha venido operando como un recurso vital del que resultaba difícil prescindir, aunque en nuestros días atraviese por horas bajas en lo que concierne a las preferencias de quienes beben con sed lujosa. En cualquier caso, no se puede negar que su cordial polivalencia contribuyó a mejorar la calidad de vida de la gente. O cuando menos, a hacer un poco menos ingrata la dureza de la existencia ordinaria como de hecho fue la de la mayoría de las personas que antaño hollaron con sus encallecidos pies los polvorientos caminos de aquel “áspero mundo”, como lo denominó el poeta Ángel González.
Muy ardua habría sido la suerte de los gallegos en el transcurso de la historia sin sus vinos, su exultante cultura líquida. En nuestro medio social, el vino constituyó la fuente de una gran alegría: obró como alimento, medicina, estímulo, fuente de calor y alboroque. Fue requerida también su presencia en la relación social, vecinal y amistosa, y por supuesto en el amor. A todos pareció, además, de todo punto indispensable en la hora de la fiesta. El vino cumplía, por lo tanto, múltiples funciones, y todas ellas primordiales. En realidad, nada más razonable que el empeño de nuestras gentes en el cultivo de la viña, ya que les iba mucho en ello; en cierto modo, les iba la vida, la buena, o por lo menos pasable.
Se instalaron en Pontevedra y Ribadavia para atender convenientemente el negocio de exportación a su país
De añadidura, en el sistema de vida tradicional el vino era, desde luego, un recurso económico de notable enjundia. De hecho, toda una comarca, la del Ribeiro, pudo vivir del vino, ya que por su calidad llegó a alcanzar un elevado valor comercial. En ella, el vino era prácticamente un monocultivo que consiguió aportar notable prosperidad y bienestar a innumerables colleiteiros. También mantuvo un alto prestigio durante muchos siglos, lo que atrajo a los mercaderes ingleses, que se instalaron en Pontevedra y Ribadavia para atender convenientemente el negocio de exportación a su país, en particular del vino blanco y, como no, del gran vino de Galicia: el tostado, para satisfacción de la gentry. Hoy día Galicia exporta sus estimables vinos a múltiples países obteniendo pingües beneficios.
Por lo demás, el viñedo posee un indudable valor paisajístico, amén de utilidad práctica en el caso del parral, que no se ciñe únicamente al dominio de la estética y a aportar la bendición de una sombra ejemplar y horaciana.
En la cultura popular de Galicia. Entre la multiplicidad de usos sociales en los que el vino ha desempeñado tradicionalmente un papel cabe mencionar la función de sancionar y rubricar un acuerdo económico. Es un hecho bien conocido que los paisanos después de cerrar un trato en la feria, generalmente entre ganaderos, “para celebrarlo beben juntos una fecha de vino, y tal vez piden un plato de pulpo”, como apuntaba Cunqueiro después de haber presenciado escenas reales de este tipo. En una de sus magistrales condensaciones de atmósferas sociales, Valle Inclán alude, en Divinas Palabras, a un alboroque que era usual entre ganaderos. Así retrataba la escena: “A las puertas de un mesón, alboroque de vaquero, alegría de mozos, refranes de viejos, prosas y letanías de mendicantes”. ¡Magistral nuestro Valle!
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