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Fortuitamente me di como de bruces con uno de esos ourensanos, que unos cuantos se hallarían de trotamundos, pero que no tantos o acaso él solo, metido en los conflictos bélicos ya fuere en Sudán, Mali, Etiopía, Camerún, Chad, Níger, y lo que es más infrecuente, en el reciente de Gaza donde trabajando con una ONG, en agencias dependientes de la ONU. Luis Álvarez es ese muchacho aún, que veterano en conflictos desde hace veinte años decidió entregarse a esa labor humanitaria de socorrer a los inermes ante la brutalidad de la guerra, como si de una vocación se tratase. Recién retornado de Rafath, esa ciudad al sur de la Franja, donde se ven tantas escenas de refugiados que procedían de la parte norte, arrasada hasta los cimientos por el ejército israelita. Mientras caían las bombas a su alrededor, algunas a menos de 100 metros, Luis, que por el “Popi” escolar conocido familiarmente, distribuía los alimentos que se salvaban de los asaltos a los camiones de la ONU y otras organizaciones. Como sucede en estas situaciones extremas a los voluntarios se les releva para que no sufran ese estrés postbélico generado por esos momentos de tensión continuada, pero para salir del infierno precisó de siete días de papeleo con las autoridades israelíes. Me quedo con una frase de Popi: Hamás es más un sentimiento que una organización; de ahí la dificultad en desarraigarlo.
Mientras me cuenta tantos episodios con un interés indesmayable, está a la espera de ser llamado a la zona más candente de los conflictos en estos momentos, el Líbano, mientras también me dice que estaban permanentemente vigilados por los drones israelitas en Gaza, que ya tendrían una amplia ficha de sus actividades.
A Popi se le espera para transmitirnos, quizás en una más amplia crónica, sus experiencias en zonas de guerra, con las bombas cayéndole casi encima, pero esta forma de riesgo hace más meritoria su intervención humanitaria que para algunos minimizadores de todo, podrían hasta tacharlo de drogata del peligro.
Y cuando esto escribo, como, tal como esperaba, Popi se fue volando hacia el Líbano (cuando connacionales recién evacuados) para trabajar en una organización de acción humanitaria para suministrar alimentos a esos más que por millares vagan sin rumbo zafándose de unas bombas tras sus talones. Me envía un video nocturno de los bombas cayendo sobre Beirut, de las que nadie está a salvo.
Una de las cunas de la civilización, la fenicia, que desde allí se expansionó más allá del Mediterráneo, vuelve a ser escenario, y esto cada década, de guerras que, inevitables, forman parte de la vida de aquellos que se asentaron en un país de paso para muchos sitios. Popi, también ligado con la Fundación Vicente Ferrer, en proyectos de escuelas y hospitales en la India, diversifica sus actividades.
Hijo único de una madre siempre temerosa de los riesgos que su hijo afronta, con esa vocación de ayuda a los demás tan arraigada, que viajará con él mientras haya conflictos por el orbe, y como esto es una constante de su personalidad, Popi se arriesgará hasta el límite, allá donde la ayuda a un desesperado prójimo lo requiera, como una convicción ya enraizada por los años, que ha modelado una personalidad de desbordante optimismo por lo que hace.
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