Opinión

COLISIONES

Nos extinguiremos. Nos borraremos de la faz de la tierra. El hombre del presente será el dinosaurio del futuro, meros fósiles cristalizados en rocas lunáticas, albergando la secuencia genética de lo que se dio en llamar el ser humano. Cuando la Vía Láctea colisione con la galaxia Andrómeda, que se va acercando peligrosamente, ya nada volverá a ser como ahora. Esto no sucederá pronto, aún quedan unos cuantos millones de años para que el brutal choque se produzca. Pero cuando ese momento al fin llegue, la fisonomía del Cosmos cambiará radicalmente. Y entonces el hombre, ese ser que un día decidió erigirse en dominador absoluto, en sátrapa explotador de los recursos naturales, en gobernador implacable ante las plegarias de las voces macilentas de los pobres, en caudillo ególatra que conduce a golpe de látigo las hordas de los miserables súbditos, verá extinguido su reino, perderá el solio desde el que, displicente, aleccionaba, adoctrinaba, subyugaba. Y otros entes, quién sabe de qué extraña ralea y apariencia, habitarán la nueva galaxia refundida; y los que ahora conocemos como humanos serán productos de laboratorios futuristas, repletos de recipientes de cristal que conservarán en formol sus cerebros, listos para ser trepanados y así llegar a comprender por qué se autodestruyeron, por qué perseveraron estúpidamente durante tantos años en una dinámica caótica que les condujo al desastre, sin hacer caso a los signos de alerta que el planeta que habitaban les enviaba. ¡Estúpidos engreídos !, dirán de nosotros. Y acabaremos como momias en museos de ciencias naturales, los mismos que ahora muestran enormes maquetas de tiranosaurios, solo que entonces serán seres humanos los que detrás de urnas de cristal se prestarán a la curiosidad de esos otros entes que gobernarán el mundo, y nos exhibirán como la especie que muchos años atrás llegó a regir el universo, pero a la que solo su codicia y su afán de inmolación fratricida arrastró a la devastación. ¡Estúpidos engreídos, estos humanos!, repetirán.


Y sin embargo, no debería ser necesaria esa colisión galáctica para que el ser humano reaccionase ante tanta autodestrucción; para que se percatase de la sinrazón del rumbo que ha decidido. Hay otras colisiones que se acercan y que se producirán en pocos años si nadie lo remedia: el tercer mundo explotado, desangrado por guerras auspiciadas por el mundo desarrollado, se rebelará al fin y clamará venganza contra los países ricos que ahora lo ningunean, en busca de los recursos expoliados durante siglos de férrea dominación; la naturaleza enviará plagas, enfermedades, huracanes, inundaciones, sequías, terremotos, desastres incontrolables, solo para recordarle al hombre que el cuidado del planeta no es el ruego delirante de unos iluminados, sino la única forma de pacífica convivencia en un mundo superpoblado; y los pobres, cada vez más pobres, migrarán en tromba a los países de asfalto y rascacielos, siquiera sea para luchar por las migajas desperdiciadas en la trastera de los supermercados.


Pero atisbamos colisiones mucho más próximas, más cotidianas, en nuestro país, en nuestra ciudad, en nuestro barrio: la de los engañados contra los que los engañaron; la de los olvidados contra los que dejaron de representarlos y se vendieron a intereses mercantilistas; la de los que perdieron su trabajo contra los que les exigen aún más sacrificios, llevándolos al límite de la desesperación; y la de los sublevados carentes de esperanza, que se vuelven contra los reacios a cambiar las cosas porque entonces se verían privados de la razón, y su ego no se lo permite.


Demasiadas colisiones a la vista. Y estas no son galácticas.

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