Arturo Maneiro
PUNTADAS CON HILO
El Prestige del Gobierno sanchista
Hay días buenos y otros que no lo son tanto; trato hoy, delante del ordenador, de que de mis dedos salga algo que tenga algún sentido y que lo reciban, no ya con entusiasmo -eso siempre es lo deseable-, sino al menos con cierta consideración o indulgencia, pero parece que la pantalla vacía se antoja inaccesible y que reta desafiante por preservarse virgen. No se cómo atacarla, busco contenido en ese albañal supranacional que es internet con sus redes ¿sociales?, donde cabe lo mejor pero también lo peor y más miserable del ser humano, y no hay nada reseñable y casi todo es desdeñable.
Para qué recorrer los diarios nacionales en busca de la información fiable si todo lo copa la frivolidad imperante; en esas circunstancias, cuando lo que sucede ahí fuera nada inspira que sea digno de mención en esta columna de opinión…, qué hacer para vencer la página en blanco. Sólo hay entonces una opción, que siempre es arriesgada; el viaje introspectivo, el más íntimo, para dejar fluir las sensaciones, deseos, frustraciones o desdichas.
Pero no solo el pudor de desnudar el alma actúa ahora como lastre; también y sobre todo la dificultad de encontrar la palabra adecuada exaspera, y haces, rehaces y desechas frases que resultan vacuas, sin alma; las palabras tienen que llorar, reír o sangrar para ser conductoras de vida, aunque esa vida duela hasta punzar las entrañas; las palabras han de viajar cargadas de emoción, y eso está al alcance de muy pocos. Quién fuera ahora rapsoda tocado de la mano de los dioses para encontrar el verso adecuado. Cómo hacer para que dar con esa frase que tantas veces buscaste para expresar lo que sentías y nunca la encontraste; y sin embargo estaba ahí, en ese verso adecuado, en esa canción, en ese acorde tañido y desgarrado que escuchas de repente y sí, eres tú de quien habla el cantor. Como si el concierto estuviese a ti dedicado.
Escucho de fondo a un inigualable bardo, Facundo Cabral, que aglutina en cada frase humor inteligente, amor desinteresado, protesta contra la injusticia y lecciones vitales de filosofía. Escucho que dice que «fui un analfabeto hasta los 14 años, por eso cuando me dicen “no puedo”, yo les digo “no jodas”». En cada una de sus máximas siempre hay una lección de vida. Debe de ser entonces cierto, pues lo acaba de decir el sabio: se puede, casi todo se puede en esta vida; mas ocurre que el camino se vuelve muchas veces tortuoso y lleva a la desesperación, y entonces, exangüe, desearías apartarte a un lado, tan inalcanzable parece el anhelo.
Pero no se puede dejar de caminar; vuelvo otra vez a Cabral -maldita la bala perdida que te mató-, al poeta que decía que le gustaba andar sin seguir el camino, porque lo seguro dejaba de tener misterio, y que nos enseñó también que todo lo que va desde la cuna hasta la tumba es una escuela, y los problemas que nos encontramos en ese trance son las lecciones de las que uno aprende lo que sabe. Por eso nunca se pude dejar de avanzar, aunque parece que estemos siempre en un punto muerto.
Los bardos escasean, por eso tenemos que atender a sus enseñanzas; si un verso o una canción son capaces de provocarnos un respingo, cortarnos la respiración, erizarnos el vello o derramarnos lágrimas, ahí encontraremos la prueba de que ese camino lleno de obstáculos y sinsabores tantas veces, aún es capaz sin embargo de emocionarnos.
Así es la vida.
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