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Esta madrugada hizo un año que una persona me salvó la vida. Era un viernes 13, acababa de llegar de una cena de Navidad y las dos copas que tomé reaccionaron con la gran cantidad de medicación que por aquel entonces estaba tomando. Me dejaron delante de casa estando perfectamente y tras atravesar el portal, sólo recuerdo caerme inconsciente en las escaleras. Eran las 3 de la madrugada. En torno a las 7, recuerdo cómo una persona me habló mientras yo no paraba de vomitar y después ya recuerdo estar en casa mientras mi marido me hablaba. Eso es todo lo que recuerdo. Pero lo que en realidad sucedió es que ese hombre cargó conmigo en brazos mientras yo no paraba de gritar y patalear al mismo tiempo que vomitaba. Tuvo que mirar mi documentación en mi bolso porque no sabía en dónde vivía, ya que somos más de 20 vecinos, muchos de ellos de alquileres breves como fue su caso.
He necesitado meses para parar de buscarlo, y para darme cuenta de que, de no ser por su actuación, me hubiese muerto de hipotermia o por una broncoaspiración. Además, esta persona se fue justo un día o dos después y cuando me recuperé y me puse a buscarlo, ya se había ido. Sé que la que había alquilado el piso era su pareja y él venía pocas veces. Que después de irse, se fue de viaje a Sudamérica pero que volvía en unos días. Removí todo el edificio buscando algún dato para dar con él pero fue imposible. Recurro a las cartas al director para darle las gracias por salvarme la vida, y es que hubo una chica que pasó a mi lado - “es que no sabía tampoco de qué piso eras”- y me dejó allí tirada semiinconsciente. Esto también da fe de lo que nos hemos vuelto como sociedad y de que la sororidad es un invento utópico. Ya no hablo de la calle, hablo de un portal, una persona tirada en el suelo, cómo es posible que alguien la deje allí, sólo hay que llamar al 112 y ya estaría. Nadie se hace una idea de lo que es que alguien te salve la vida y no poder darle las gracias. Ojalá me lea, el vecino que fue de un tercer piso en la calle dos Ponxos. Mal sabe que me hizo el mejor regalo de esa Navidad, que fue como un ángel de la guarda en una noche en la que a mí me tocaba morirme.
B. A. G.
(Ourense)
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