Jaime Noguerol
EL ÁNGULO INVERSO
La mirada sabia del barman
LA CIUDAD QUE TODAVÍA ESTÁ
Se llama Pablo Iglesias, como el tipógrafo marxista decimonónico, a quien le han dedicado un cabezorro de bronce descomunal que parece el robot de los chicles Boomer. Es una calle secundaria, abierta hace no mucho, que arranca en las tres torres de protección oficial levantadas para integrar a los que siempre han quedado a los márgenes y se afila hacia adelante con edificios residenciales, aprovechando los chalés remodelados de los directivos de Fenosa, que ahora son golosinas para gente afortunada. Es una calle modelo porque ha sentado un precedente de futuro. Y de manera baratísima. Cuando terminaron de abrirla, varias corporaciones municipales atrás, tuvieron un sueño de futuro: convertirla en una calle arbolada. Y plantaron a sus márgenes sendas líneas de robles americanos, que tienen las hojas enormes por las que tragan más sol que los de aquí y crecen descomunalmente. Por eso, en pocos años, los árboles han crecido y la calle está cubierta de un dosel tupido de ramas y hojas que proyecta sombra como una bóveda vegetal. Los árboles pueden tener unos 20 metros de altura ahora mismo y se cierran como en un túnel de frescor y posibilidad. Es una calle en sombra constante que recibe al sol de invierno, tan querido y tan buscado, cuando las grandes hojas lobuladas caen al suelo para transformarse en nuevo humus o volar hacia la eternidad.
Calles como Pablo Iglesias refrendan que es baratísimo y eficaz hacer las cosas bien.
Todas las calles y avenidas de todas las ciudades deberían ser así. Con árboles plantados para crecer y dar sombra. Mientras los alcaldes talan ejemplares viejos como si fuesen una cosa woke con ideología, cuando se aniquilan jardines históricos como el Posío, que es el gran pecado por el que será recordada la actual corporación municipal (pasarán a la historia por cargarse el gran jardín decimonónico de la ciudad, igual que los insensibles que se cargaron en su día el maravilloso hotel Roma), calles como Pablo Iglesias refrendan que es baratísimo y eficaz hacer las cosas bien. Las plazas duras en las que se insiste, que reflejan el sol y aumentan las temperaturas, hinchándose de sobrecalor durante el día para refractar durante la noche haciendo esta ciudad invivible, calles humildes y periféricas como esta disfrutan de varios grados menos a la sombra generosa de los robles. No hay más. No hay trucos. Hacer una ciudad vivible en este contexto de terribles olas de calor sólo tiene una respuesta válida: plantar árboles y más árboles. ¿Cuánto habrá costado arbolar esta avenida? Poquísimo. ¿Cuál es el resultado? Una maravilla por la que merece venir a estas afueras y regalarse un baño de sombra, porque es bajo la sombra cuando el espíritu se aquieta, nuestra sustancia humana se relaja bajo la presencia vegetal y nos volvemos a sentir seres completos a la sombra de los árboles, que es de donde venimos como especie.
Caminar por este dosel de robles es comprobar que la vida tiene una posibilidad. Que, si hubiera ideas, intención y visión de futuro, incluso una ciudad a la deriva como Auria, tendría una posibilidad. Mientras se gastan fortunas en inútiles flores y arbolitos benjamines en jardineras, plantar árboles reales nos blinda ante un sistema desregulado que amenaza a llevarse a la humanidad por delante. Que esta calle anónima sea el molde para todas las calles. Que esos 10.000 árboles que alguien dijo que iban a ser plantados, que siquiera han sido 10.000 flores, pasen de cacareo a realidad y en unos años Auria sea una ciudad verde y no una plaza dura invivible. Estamos a tiempo. Que viva el dosel arbolado de la calle Pablo Iglesias.
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