Rosendo Luis Fernández
Unha volta de "tuerca" nas denuncias
1 Hablar con el río. Bajar con la bici hasta la vieja pontella de piedra y escuchar el gluglú del agua que viene de la panza de la montaña. Guardar en la oreja y en el corazón ese tintineo vivo, por si el calor descomunal y las no lluvias vuelven a secar el cauce dejando al puente como un huérfano apocalíptico.
2 Bendecir la niebla. Esos jirones deshilachados que aparecen estos días de relevo son la buena noticia. Hay que decirle adiós a la gran respiración del mundo y dejar que la tierra empiece a latir distinto. Volveremos a encontrarnos al otro lado del tiempo.
3 Un último fuego. La estufa está a punto de cerrar su temporada y, antes de limpiarla, es prudente una conversación de despedida. Hagamos fuegos generosos con la leña mejor, para llevar pegado al cuerpo el calor del roble ardido, que -no lo olvidemos nunca- antes que roble fue sol.
4 El cocido d’amitié. Tampoco se pueden guardar cacerolas y cucharas sin una celebración definitiva. Habrá que invitar a los amigos a un puchero en la olla de barro y hacer hervir verduras y carnes contundentes.
5 El sabañón tardío. Que los últimos fríos honren las manos para recordar en ellas la intemperie. Sabernos criaturas expuestas y agradecer que se estropee el cuerpo en este gran desgastamiento que es la vida.
6 La helada crujiente. Amanecer con el regalo de la hierba blanca y caminarla con pasos sonoros. Quizá, si es mucho el hielo, deshacerlo con una meada mágica en ayunas. Agradecer al frío por recordarnos que este planeta periférico y sobrecalentado por nuestra estúpida especie todavía obedece a un cierto orden cósmico.
7 Acariciar las yemas dormidas. Antes de que la tierra empuje desde abajo y todo vuelva a florecer hay que entonar otro adiós. Adiós para despedir al abedul cobrizo, para guiñar un ojo al roble constante, para confiar en la higuera y en sus brazos de lamento. La belleza de los árboles desnudos se termina y hay que pellizcarlos antes de recibir a la gran exuberancia.
8 Remendar el calcetín. Cuando dejamos de necesitar los pies forrados de lana es prudente hacer inventario de agujeros y desgarros. Acudir al huevo de madera y a la pequeña caja de hilos para zurcir a estos compañeros de fríos. Coserlos sin miedo porque no importa el remiendo. Lo que importa es remendar.
9 Sentir el giro. Intentar comprender la postura de la luz, que sube, se tuerce y empieza a proyectar la sombra con una sinceridad nueva.
10 Agradecer a Sirio. Se mueve el firmamento desde nuestra aldea galáctica y también esta estrella de cosechas y respuestas, con la que todo hombre y toda civilización busca consuelo.
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