Cosas que no convienen | Los jardines ridículos

Publicado: 20 oct 2024 - 02:30

Hay jardines que empiezan por una empalizada y toda empalizada es un intento de separar la vida. Alambrar la naturaleza o llenarla de cemento es de espíritus limitados y limitantes
  • Olivos de traficante. Ejemplares centenarios, traídos de antiguos olivares por viveristas sin moral. Olivos extranjeros, obligados a adaptarse, quizá con una serpiente en la panza o alguna especie invasora desconocida. Pobres olivos, con las ramas recortadas como caniches, avergonzados, convertidos en pasatiempo para gente superficial.
  • El (maldito) césped. Es inmoral regar una hierba que amarillea cuando la sed de la tierra es el gran problema del mundo. Tan ridículo como el césped regado inconscientemente es el señor que lo corta y lo recorta empujando una especie de tacatá con hélices. Brindemos por la dignidad del gramón y las hierbas vagabundas.
  • La farola led. Iluminar un jardín, con lucecitas bajas o, aún peor, con guirnaldas de fiesta, es una falta de respeto a sus habitantes naturales. Los árboles y las flores duermen. Necesitan que la noche sea noche y que la sombra regrese, con su misterio y su fragancia.
  • Las fuentecitas absurdas. Cualquier indocumentado se cree un rey versallesco instalando unos chorros con cisnes o angelotes de hormigón. Ni todos los gluglús mágicos del agua conseguirán apaciguar el ruido de esas cabezas.
  • Ánforas y carros. Desparramar cacerolas de barro gigantes o exponer los aperos de los antiguos como si el jardín fuese un museo etnográfico es una frivolidad supina.
  • Verjas y alambrados. Hay jardines que empiezan por una empalizada y toda empalizada es un intento de separar la vida. Alambrar la naturaleza o llenarla de cemento es de espíritus limitados y limitantes.
  • Las líneas de árboles esclavos. Podados como colegiales, exóticos sobre ancestrales, plantados en secuencias rectas, que se preguntan qué han hecho ellos para que los hombres los siembren al tresbolillo y quieran hacer de su soberbia complejidad una fórmula de Excell.
  • El caminito asfaltado. Un sendero hormigonado es una lengua de veneno posada sobre la tierra. Una cosa artificial que no une, sino separa. Como en la casa de Tati en Mon Oncle, el camino artificial es un tormento para que el humano fanfarrón habite el espacio matemáticamente, siguiendo la dirección que otro infeliz habrá proyectado antes.
  • El seto de histéricos. Un jardín, como la vida misma, no está para la ocultación, sino para el disfrute. Se trata de ordenar levemente la naturaleza, jugando a ser dioses con prudencia. Es de muy mal gusto encerrar esa idea de vivacidad detrás de cipreses de Leyland y otras especies esclavas recortadas por el humano neurótico.
  • Los muebles feos. Cuidado con las cosas para sentarse y tumbarse en el afuera. Lo vivo debería ser la más distinguida de las compañías y a ellos hay que dedicar el mobiliario mejor. Bienvenidos el hierro francés, el roble del país, la pícea escandinava. Desterremos los muebles de exterior nacidos para el basurero, tejidos en polímeros que imitan materiales orgánicos. Puag.

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