Ese imborrable Luis Menéndez desposado con una Villalva

DEAMBULANDO

Luis Menéndez Pérez.
Luis Menéndez Pérez.

Desafiando los rudos aquilones y la pertinaz llovizna aventaron sus cenizas, allá desde donde la ciudad más que verse se vislumbra, una pluviosa y sabatina mañana. los descendientes del Menéndez Luis, porque allí o por sus cercanías con frecuencia caminaba con Julia, ascendiendo las cuestas de Parada y las de San Benito de Coba de Lobo desde su campestre morada da A Valenzá hasta el mismo vértice geodésico, que señala la cumbre de los montes de Coba de Lobo. Fue aquí donde se celebró un a modo de ritual como recordatorio que la familia le hizo post mortem, acto del que no estuvo ausente la matriarca Julia Villalva, los hijos, los nietos y unos cuantos colaterales, mientras al son de la gaita gallega, Carlos ponía una musical nota en aquella bruma y Anselmo esparcía al húmedo viento del norte las cenizas de su padre. Mejor homenaje poder no tendría este ingenioso pater familias, amigo ido, a aforo pleno, o sea, rodeado de toda su prole. Y eso lo celebraron la más de veintena de concurrentes al ritual. Fue como un homenaje, acompañado de algún discursillo, por su brevedad, que otro difundió la víspera su hijo, el trotamundos Luis, en los funerales trinitarios (en la iglesia de la Trinidad). Aquí no hubo lugar a las lágrimas sino al recuerdo alegre de quien pasó por la vida en largo y fructífero curso con ingenio tal que le haría salvar los escollos que ésta va poniendo al relativizarlo todo por su fino humor, no pocas veces difícil de captar por el mensaje que contenía. Fue un a modo de homenaje como a rito de fabulosos oestrinmios o de míticos celtas.

Un espíritu y agudeza, sentido del humor, buena cara en las adversidades la de este amigo Luis, inimitable

Recuerdos que se me acumulan esbozando una sonrisa al rememorar cuando de caminata, impulsado por una mano amiga en alguna cuestecilla gritaba para que le oyesen los del grupo de senderista a la vista: ¡no me vejes, no me vejes!, y en voz baja, cuando no le veían, decía al que le aliviaba el esfuerzo: ¡Sígueme vejando, sígueme vejando! En fin, un espíritu y agudeza, sentido del humor, buena cara en las adversidades la de este amigo Luis, inimitable, forjado por la voluntad de un padre serio y un tio ingenioso, ya desde los negocios familiares en los que mamó, yo creo, que desde la infancia cuando por Ricitos le traban en la intimidad.

Un hombre reposado de aspecto, y acaso de hábito, era como un aparente adormecido al que una entusiasta esposa rápidamente ponía en marcha a la voz de ¡Vamos, Menéndez ¡, que si bien es verdad que ahora palabra puesta de moda entre tenistas para impulsarles desde la grada, sobre todo al grito de ¡Vamos, Rafa!, que ahora exclamación común de ánimo entre los tenistas profesionales, sean o no españoles, olvidando que la frase la puso en circulación, treinta años ha, esa madraza que es Julia Villalva, la cual podría patentar como propia. En fin, que el Menéndez despertaba de su ahora que dicen zona de confort para plantarse, jubilado, que no en activo cuando la gerencia de Menéndez y Cía le tenía a lo que se llama full time, a tiempo completo. Ya alejado de sus empresariales funciones, la lectura, el paseo, las conferencias y los conciertos ocupaban gran parte de su tiempo. Horaciano, vivía en su finca rústica de Valenzá, pero si le trasplantaras a la ciudad de igual modo se adaptaba a su ritmo, lo que siempre hizo, sin añorar, cuando campestre, la vida urbana, acaso porque la tenía a mano y frecuentemente se plantaba en ella, a cultivarse, decía, no sin cierta ironía. Fue el residente o morador más cambiante que hallar se pudiere pues moró en Marcelo Macías, frente al almacén, se trasladó al recién construido edificio del Posío, un referente de casa en la zona, que había levantado Menéndez y Cía, donde además habitaron la muy deportista familia Villalva, el galleguista catedrático Ogando, el conocido psicólogo Siota, la familia Rego… Pasaría a la inmediata calle del padre Feijoo, frente al Instituto, por huir de los ruidos, o se hacía un chalet en A Valenzá, para alejarse más de ellos, o se trasladaba a la Rampa de Sas para más cercano a la familia. Un errabundo familiar que siempre contó con la complicidad, y más que eso, el impulso de una activa esposa.

El Menéndez juzga ricos a sus hijos pues les deja el ejemplo, el humor, las profesiones y el amor a la familia…y alguna cosa más que pudiere quedárseme.

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