Francisco Lorenzo Amil
TRIBUNA
Lotería y Navidad... como antaño
EL ÁLAMO
Hace algunos años, un noviembre cualquiera, publiqué en estas mismas páginas un artículo titulado “Noviembre es mes de pocas rubias”. Y es que estamos en el mes en que se apaga la luz, aún no ha llegado la algarabía navideña, todos los días del mes parecen un poco el Día de Difuntos. Noviembre es un entretiempo dado a la vida hogareña, a una melancolía pegadiza, y a las ansiedades de la incertidumbre. No es me de rubias, no me preguntes por qué, que alma del escritor es tan solo intuitiva, pero es mes de morenas, corbatas, y abrigos largos.
La España sanchista es negra como el alma del que está al frente de sus destinos. Se palpa la desafección, se palpa con desasosiego la precariedad y la miseria, y se palpa a cada instante un afán por la supervivencia, confiando no en el futuro, sino en mantener al menos las cosas como están, no porque estén bien, sino porque siempre pueden estar peor.
En la burbuja paralela en que vive instalado el Gobierno, todo parece marchar con orden. En el micro-mundo de Yupi de la ministra de Trabajo, la vida es un festival, y tal vez lo sea para ella, que nunca soñó amasar tanto poder y ver pasar frente a la nariz –con perdón- tantos dineros. Pero basta charlar unos minutos con los más jóvenes, con los que debían estar incorporándose ahora al mercado laboral, para comprender el luto, el peligroso temor negro, que atraviesa toda la nación.
Noviembre, con su tendencia a pintarlo todo color betún, no es buen aliado para mejorar el estado de ánimo del personal. En lo económico, aunque algunos no lo crean, el estado anímico es mucho más importante que todo lo demás, y las épocas de bonanza y prosperidad vienen siempre precedidas por una alegría especial, digamos una alegría social, por la ilusión de invertir y levantar imperios, y por la confianza en los planes de futuro.
Hoy la alegría ha quedado proscrita por el rodillo machacón del sanchismo, que promete no bajarse del tren aunque esté en llamas, la ilusión por invertir se ha transformado en esperanza en no perder más, cuando no se han redirigido los esfuerzos inversores a otros países más vivaces, y en cuanto a la confianza, es inexistente, porque desde las instituciones más básicas hasta los escenarios más favorables en ciertos sectores, todo es cambiante cuando el que va al mando es un kamikaze, doblega leyes e instituciones, asalta bolsillos de las clases medias y solo responde a un estímulo: acaparar todos los poderes posibles para que, si llegara a estar cerca de la condena alguna vez, tenga el as en la manga de ser el juez, el condenado, el abogado, y el ejecutor al mismo tiempo.
“Maldito el día”, me decía ayer un buen amigo, “en qué decidí emprender en este maldito país”. Y es injusto, porque España es un lugar maravilloso, pero cada vez cuesta más arriesgar tu dinero en un entorno dominado por saqueadores de ley y trampa, en un Gobierno que más que arbitrar la economía la prostituye, como la nación se hubiera convertido en una inmensa sauna, de las que protagonizan día sí y día también la primera plana de los periódicos.
Noviembre, en fin, nos trae los magostos y el auge de las fiestas familiares. No por casualidad, en este año tan poco dado a lanzar las campanas al vuelo, se siente en el ambiente un nuevo empeño por cuidar los pequeños reductos que aún no pueden ser violados por la inmisericorde maldad y por la estúpida incompetencia del poder político. Es decir, el hogar, la familia, los amigos. Lo que nos queda.
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