La Región
JARDÍN ABIERTO
Simbología de la flor de amarilis en Navidad
Vivimos en una democracia representativa, pero esta gentuza a mí no me representa. Porque no defienden los valores de nuestra España real, plural y decente, la que reconoce el valor de quien se juega la vida frente a una tiranía. Las democracias mundiales -las de la libertad y el sentido común- han entendido sin necesidad de notas de prensa por qué el Nobel de la Paz a María Corina Machado honra a la causa democrática frente al nauseabundo chavismo. Se premia a quien mantiene encendida la llama de la democracia en la oscuridad de un régimen que la ha apagado a golpe de represión, cárceles y asesinatos.
Pero este Gobierno y sus socios prefieren mirar hacia otro lado. Les cuesta aplaudir a quien planta cara a una dictadura “de las suyas”. El silencio de Moncloa tras el anuncio del Nobel no fue casualidad: fue una radiografía ética. Cuando se trata de denunciar a Maduro, el timbre moral del sanchismo se coloca la sordina y desaparece, escondiéndose en la penumbra de la indecencia, rehén de sus alianzas.
Decir “no me representan” es asentarse en lo elemental: un Gobierno que relativiza las dictaduras amigas no puede representar a una sociedad que entiende la diferencia entre discrepancia y tiranía. España no es eso. España no es la equidistancia complaciente con los verdugos. España no es la prestidigitación moral que convierte a las víctimas en sospechosas y a los tiranos en “complejos procesos políticos”. España sabe distinguir entre un parlamento y una mazmorra, entre una urna libre y una urna trucada. De esto sabe mucho el presidente, y Koldo, y Ábalos…
Y entonces aparece Pablo Iglesias para comparar a María Corina Machado con Hitler. Sí, con Hitler. No es una hipérbole mía: es su literalidad. No se trata de un exceso; se trata de un síntoma. El síntoma de una izquierda desnortada que ha perdido todo contacto con la realidad moral y que, cuando le incomoda el espejo, lo rompe para no verse reflejada en él. El síntoma de la cobardía propia del que pontifica sin jugarse nada, del que vive al abrigo democrático de Occidente mientras defiende dictaduras desde un chalé.
A María Corina la han premiado por sostener la esperanza de un pueblo abandonado por demasiados, incluidos no pocos en Europa. Aplaudirla no debería costar nada.
¿De verdad vamos a aceptar que quien blanquea a Maduro reparta certificados de democracia? ¿Que quienes han hecho carrera en la indulgencia hacia La Habana, Caracas o Teherán vengan a dar lecciones de antifascismo de salón? Siempre implacables con dictaduras imaginarias -las que inventan para demonizar al adversario interno-, pero sorprendentemente benévolos con dictaduras reales, de carne, barrotes y exilio. La dogmática incoherencia del sectarismo.
Detrás, probablemente, haya mucho de lo que todos sospechan. Relativizar lo intolerable porque, tal vez, estén volando billetes de uno a otro lado del Atlántico. Siempre hay una consultoría, una mediación “internacional”, una foto sonriente en Miraflores. Algún día la narcodictadura venezolana caerá. El día que la justicia sea restituida en ese país hermano, sabremos qué papel han jugado algunos de nuestros políticos en toda esta deriva totalitaria. Falta poco.
La democracia no es estética. Se mide por la firmeza con la que denuncia a los tiranos, aunque sean “de los tuyos”. Por eso este Ejecutivo no me representa: porque confunde diplomacia con cobardía, prudencia con cálculo y pluralismo con intercambio de cuotas. Porque ha hecho del silencio una política exterior y de la indignidad un método de supervivencia parlamentaria.
A María Corina la han premiado por sostener la esperanza de un pueblo abandonado por demasiados, incluidos no pocos en Europa. Aplaudirla no debería costar nada. Pero a algunos les cuesta porque el aplauso a una disidente erosiona la coartada de años de simpatías tóxicas. Y ahí es donde la moral se les hace añicos y se les cae la careta.
España es mejor que esto. Mucho mejor que esto. España es la nación que se solidariza con quien sufre y que honra a quien lucha por la libertad. España sabe lo que significan las palabras “dictadura” y “exilio” y no las debería usar a la ligera. Por eso no necesitamos que nadie nos explique por qué el Nobel a María Corina es justo. Lo sabemos, todos y cada uno de nosotros lo sabemos.
Que el Gobierno y sus socios no lo hagan, que prefieran el cálculo a la decencia y la injuria a la verdad, solo confirma mi punto inicial: no me representan. Representan otra cosa -sectaria y oportunista- que cabe en un escaño, pero no cabe en la conciencia de un país. Representan el agotamiento moral de una política sin altura que no sabe reconocer la grandeza de alzarse ante la tiranía. A nosotros nos queda la dignidad, a ellos no les queda ya ni tiempo.
Contenido patrocinado
También te puede interesar
La Región
JARDÍN ABIERTO
Simbología de la flor de amarilis en Navidad
Jaime Noguerol
EL ÁNGULO INVERSO
La mirada sabia del barman
Miguel Anxo Bastos
Extremadura: la clave está a la izquierda
Sergio Otamendi
CRÓNICA INTERNACIONAL
Dos éxitos o dos fracasos
Lo último