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El Gobierno de España vuelve a demostrar que, cuando se trata de convertir oportunidades históricas en ridículos internacionales, no tiene rival. A estas alturas de 2025, con el calendario devorando meses a un ritmo implacable, solo ha ejecutado el 10,7% de los fondos europeos asignados este año: unos míseros 2.002 millones de euros de los 18.775 previstos. Quedan por gastar 16.773 millones. Sí, dieciséis mil setecientos setenta y tres. Pero no desesperen, que aún quedan cinco meses: todo se puede solucionar con magia, improvisación y, por supuesto, una buena campaña de propaganda.
Lo más grotesco es que el Ministerio de Transición Ecológica, que debería ser uno de los grandes motores del programa, apenas ha gastado el 0,8% de lo que tenía asignado
Los fondos europeos Next Generation no son un regalo navideño de Bruselas ni una hucha sin fondo. Son una oportunidad única, probablemente irrepetible, para modernizar la economía, digitalizar la administración, transformar el modelo energético y conseguir que España dé un salto competitivo que nos saque de la irrelevancia productiva. Para eso fueron concebidos.
Pero nuestro Gobierno, en lugar de acelerar, ha decidido demostrar que la incompetencia puede alcanzar niveles olímpicos. Los datos son tristemente irrefutables: en 2021 se ejecutó el 45,5% de los fondos; en 2022, el 39,6%; en 2023, el 27,3%; en 2024, el 26,6%. Y ahora, 2025 amenaza con ser el peor año de todos. A este paso, España logrará el hito histórico de convertir el Plan de Recuperación en un Plan de Paralización.
Lo más grotesco es que el Ministerio de Transición Ecológica, que debería ser uno de los grandes motores del programa, apenas ha gastado el 0,8% de lo que tenía asignado. Han leído bien, menos del uno por ciento. El ministerio que presume de “liderar la lucha contra el cambio climático” ha demostrado que no es capaz ni de liderar una hoja de Excel. Andan más ocupados construyendo relatos de objetivos planetarios y narrativas utópica en las que naufragaremos de manera irremediable.
Como guinda, el Gobierno sigue operando sin Presupuestos Generales del Estado (ni están, ni se esperan). La chapuza alcanza niveles de tragicomedia: se manejan cifras multimillonarias sin una planificación adecuada, sin instrumentos serios de control y sin un marco presupuestario que dé coherencia al gasto. Es, en realidad, más grave de lo que pudiera parecer. Al no tener Presupuestos, no se pueden reasignar gastos a partidas diferentes, no podemos corregir errores de inversión ni apostar por nuevas inversiones. Y así llevamos toda la legislatura. Este año ya tuvimos que recortar el gasto de los fondos en 6.340 millones de euros por no tener Presupuestos.
Mientras tanto, Bruselas observa con creciente preocupación. En la Unión Europea no son tontos: saben perfectamente que España es el socio que menos partido está sacando a los fondos. Y ojo: no ejecutar no significa que el dinero se guarde para más adelante. Significa que se pierde la oportunidad. Que esos proyectos que podrían haber modernizado infraestructuras, digitalizado servicios públicos o impulsado la innovación empresarial, simplemente, no van a existir. España no se queda igual: queda peor, porque los demás países sí aprovechan sus fondos y nosotros seguimos en la cola.
Lo más triste es que ni siquiera estamos hablando de consideraciones ideológicas, sino de pura gestión. No se trata de estar a favor o en contra de la transición digital o ecológica: se trata de ejecutar, de hacer, de trabajar. Y ahí el Gobierno ha demostrado que su única especialidad es vender humo. A falta de resultados tangibles, nos intoxican con campañas de comunicación, con anuncios grandilocuentes y con cifras mareantes que, a la hora de la verdad, se evaporan como un espejismo. En definitiva son, simple y llanamente, unos vagos sin capacidad de gestionar.
El problema no es solo de incompetencia; es de consecuencias. Cada euro no gastado es un euro que no genera empleo, que no moderniza una empresa, que no mejora un servicio público. Cada mes perdido es un paso atrás en competitividad frente a países que sí entienden lo que significa estar en la Unión Europea. El grueso de países ya nos mira por el retrovisor, no porque corran más, sino porque nosotros no somos capaces ni de arrancar el coche.
Cuando dentro de unos años nos preguntemos por qué España sigue a la cola en productividad, por qué tenemos altísimas tasas de desempleo y por qué nos suben los salarios, la respuesta estará la oportunidad perdida: en la parálisis de un Gobierno incapaz de gestionar ni siquiera el maná europeo que caía del cielo. Los fondos europeos eran la palanca para cambiar de una vez por todas el rumbo económico del país. Pero se han convertido en otra oportunidad desperdiciada. Y nadie dimite, nadie asume responsabilidades. No pasa nada, nunca pasa nada. Solo pasa el tiempo… esfumándose el futuro.
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