Fernando Lusson
VÍA DE SERVICIO
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HISTORIAS DE UN SENTIMENTAL
Ando estos días empeñado en colegir las pruebas de mis memorias de medio siglo de ejercicio del periodismo, en las que he trabajado todo el verano, y me ha quedado un libro de algo más de 400 páginas. Traigo aquí el relato periodístico de historias cotidianas de la crónica ordinaria de todo tipo de episodios. Por sus páginas emergen toda suerte de personajes, mayores y menores, tan diversos como el general Enrique Líster, el líder de la CEDA, Gil Robles; el empresario José Fernández o el general Gutiérrez Mellado; Celia Gámez o la mismísisa Cicciolina o el último corneta de la Guerra de Cuba. Ordenando todos estos materiales salen a mi paso imágenes y recuerdos curiosos, como aquella entrevista hace 38 años que le hice en Vigo a aquella diputada del partido radical italiano, llamada realmente Iona Taller, nacida húngara, pero de nacionalidad italiana y que aparte de a la política se dedicaba a eso que llaman “películas para adultos”. El apelativo quiere decir “cariñosita”.
El espectáculo que comenzó a las dos de la madrugada, tenía morbo verla de cerca con su habitual indumentaria contoneándose ritmo cadencioso y sensual
Ocurrió un día domingo, el 30 de noviembre de 1987. Vino contratada para actuar en un reputado local (y nunca mejor dicho) de la noche viguesa, muy concluida por la clase empresarial y política. Ya he recordado ningún otro personaje llegado a Peinador fue objeto de tal recibimiento. En la puesta en escena no faltó de nada, incluido un camión especialmente habilitado para casi una veintena de reporteros gráficos que tomaron a la “Cicciolina” desde todas sus posturas, ángulos, escorzos y matices, incluido el tradicional seno que, a modo de divisa, exhibía en todas sus comparecencias. A los periodistas que cubríamos el evento se nos invitó a un almuerzo con la diputada en un conocido establecimiento de la ciudad. Cicciolina venía acompaña de un sujeto que bien podría ser un miembro de la mafia siciliana o de la nobleza vaticana, de apellido Schicci. La artista prohibió a los fotógrafos que se le hicieran primero planos e impuso una prudencial distancia para el resto.
Los que la vimos de cerca, y yo fui uno de ellos, comprobamos que tenía la piel blanca, lechosa, escurridiza, casi trémula, y con una abundante capa de maquillaje. Vestía un ajustado modelo de lamé entre blanco y rosado con falda de volantes, un abrigo de piel entre gris y rosado, medias a juego y altos tacones que disimulaban su estatura. Eran muy característicos sus labios rojos. La orlaba una corona de flores y se acompañaba de un peluche que a veces se colocaban sobre el pecho descubierto, y al que llamaba “Marco Penella”, que era el líder de su partido. La rueda de prensa fue singular. Yo procuré mantener el tono, de suerte que me tocó llevar gran parte de la entrevista y logré que mi tono le cayera tan bien, de modo que al final de la misma se quiso hacer una foto conmigo, y con nadie más.
He de decir que, en ese trato, me pareció una mujer simpática, agradable, y que era consciente de su propio personaje. Me sorprendió sobre todo su vocación política. El cantante Doménico Modugno, famoso en su tiempo por la canción “Volare”, que era también diputado del partido radical, estaba en contra de ella y de que fuera parlamentaria; pero el secretario general del partido Marco Penella estaba a su favor, pues consideraba que era un buen reclamo. En la entrevista orlé las obviedades innecesarias y la llevé sobre todo por el lado de la política. Como era miembro de la Comisión de Defensa del parlamento italiano tenía el proyecto de visitar los cuarteles y que, con este motivo, se levantaran los arrestos. El ministro del ramo le dijo que iba a soliviantar a la tropa y ella replicó que, como “madre de la patria” estaba en su derecho.
Cicciolina mantuvo distantes a los fotógrafos. A quienes sí que nos permitió acercarnos fue a los de pluma, e incluso a mí, me recibió luego en su camerino –para la entrevista, aclaro--porque le parecí educado. Y le dediqué una página en el periódico donde yo entonces trabajaba. El espectáculo que comenzó a las dos de la madrugada, tenía morbo verla de cerca con su habitual indumentaria contoneándose ritmo cadencioso y sensual. Hasta sacó la pista a un fotógrafo y se insinuó al editor Víctor de las Heras que estaba en primera fila. Me contó Schicci que estaban de gira por Europa, y que aparte del cine para adultos, como se dice ahora, su sueldo de diputada era de 2.840.000 liras mensuales, que ella donaba a su partido y lo más curioso dijo que sus ingresos profesionales los dedicaba a su campaña política “por una nueva moralidad”. La noche de su actuación el Telmo´s estaba a rebosar, y los hijos de la noche viguesa pagaron 3.000 pesetas por barba con barra libre por la entrada. Como estaba empeñada en visitar el Congreso de los Diputados, su representante metió en un lío al embajador de Italia en Madrid, para que gestionara la visita al Congreso de los Diputados, que no llegó a realizarse. Ahora está irreconocible, pero es un personaje más de mi carpeta de viejo periodista.
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