Opinión

El modelo Carballiño, también para la reactivación

Los datos del coronavirus eran antes tan nítidos como lo son ahora. Hace dos meses, Ourense presentaba las peores cifras de Galicia y hace un mes marcó el pico de casos activos (1.610), con 18 personas ingresadas en la UCI. La capital, Carballiño y Verín eran entonces los puntos negros de una provincia convertida en la puerta de entrada gallega a la segunda ola de la pandemia. Tras dieciséis días consecutivos de bajada y con una de las mejores evoluciones de toda España, los positivos en el área sanitaria ya eran ayer menos de la mitad (749), con los ingresos en UCI (10) marcando casi idéntica mejora respecto al peor momento. La evolución de la ciudad es notable (240 casos cuando llegó a 572) y el descenso en las villas es todavía más intenso (de 92  a 24 los verinenses y de 188 casos a 29 en el Arenteiro). 

Es indiscutible que las medidas implementadas han surtido efecto, gracias al esfuerzo sanitario y al compromiso social. Pero también lo es que han tenido su reverso. La capital provincial suma ya 46 días con el veto a las reuniones de no convivientes -en la práctica, esto bajó la persiana a la mayoría de bares y restaurantes que aguantaban abiertos- y lleva 41 días confinada junto a Barbadás. Mientras, Carballiño fue encadenando restricciones hasta ser el primer concello gallego con la hostelería cerrada –va para un mes- y Verín tomó un camino similar. Todas esas medidas se irían extendiendo, a partir de Difuntos, al resto de ciudades gallegas y sus ayuntamientos de influencia. El martes, el comité clínico de la Xunta no varió el escenario y ayer, el conselleiro de Sanidade avanzó que Carballiño tiene argumentos para ser el primer municipio en el que se flexibilicen las medidas antes de la reapertura general marcada para el 4 de diciembre. “Podería ser o vindeiro venres (por mañana) cando o analicemos”, señaló Julio García Comesaña, dejando abierta también la posibilidad de revisar posteriormente la situación del área ourensana –ampliado el candado desde el 6 de noviembre a Coles, Pereiro, San Cibrao, Toén y Amoeiro-  pero sin concretar más. En este punto, es clave para la provincia que esas intenciones se materialicen: en la segunda ola, 150.000 ourensanos llegaron a tener las restricciones más severas de España, encarnando la vanguardia gallega contra el covid con un mes de antelación. Ahora, la parte de la provincia que primero sufrió este segundo embiste y que ya ha doblegado la curva debe ocupar esa posición prioritaria en  el desconfinamiento.  

Para perfilar la urgencia visualicemos en el mismo espacio a la mesa de expertos sanitarios y el comité económico asesor de la Xunta. Tan vitales son ambos como lo es su conversación sobre el impacto, el coste y las facturas de las medidas aplicadas en esta pandemia, siempre interrelacionadas. Como ejemplo Ourense: su medio mes de mejora epidemiológica es un sendero radicalmente opuesto por el que ha ido discurriendo una parte importante de la economía ourensana, con bares, restaurantes y todo su ecosistema –proveedores, pymes, autónomos- con la soga al cuello. Todo en una provincia que ya tenía indicadores en rojo antes de la pandemia y que ahora ve tambalearse un motor clave, inmerso a nivel estatal en su noche más oscura: suma medio millón de trabajadores en paro o en ERTE, en un sector que aglutina 183.000 bares y 79.000 restaurantes y que protagoniza, junto al comercio, un tercio de las quiebras de empresas según el INE. 

Asumiendo que quedan aún muchos meses de convivencia con el covid, es necesario exigir a los que nos lideran fórmulas cada vez más eficientes de coexistencia en todos los ámbitos sociales y económicos posibles. No se piden reaperturas totales y habrá que estudiar una por una las medidas establecidas desde septiembre para controlar el coronavirus. Algunas, como el toque de queda o las limitaciones de movilidad entre territorios –ya no digamos entre países- parece que continuarán a medio plazo. No hay triunfalismos, la desescalada de verano mostró cosas que no deben repetirse en invierno. Como recordatorio, este mismo martes España batió el récord diario de muertes en la segunda ola. La factura es altísima en una crisis que no presenta hasta el momento demasiadas certezas. Tampoco entre las comunidades autónomas: tras lograr por fin unificar criterios teóricos de actuación junto al Gobierno, en la práctica se aprecia una implementación dispar y en ocasiones chocantes –ahí está el caso de Madrid-. Mientras, la Xunta ha abanderado en varios puntos la gestión de la pandemia y ahora le tocará ir levantando restricciones mientras evita la tercera ola después de Navidad. Para este objetivo será clave mejorar el blindaje de las residencias de mayores y el rastreo de asintomáticos, el músculo de la Atención Primaria y el refuerzo a todos los niveles del uso de mascarilla y el distanciamento entre no convivientes, así como potenciar las actividades al aire libre –evitando la vuelta a medidas contradictorias-. 

En la hostelería, Galicia deberá afrontar una reapertura progresiva y controlada, priorizando las terrazas y espacios amplios, reforzando los controles, limitando horarios y aforos. Pero permitiendo el trabajo de los negocios que puedan ser viables -sanitaria y económicamente- y protegiendo al resto–vitales las ayudas directas todavía sin concretar del Estado y las exenciones tributarias-. Y si Carballiño puso el nombre en octubre al modelo de limitaciones que luego se impondría en todos los ejes poblacionales de Galicia, la misma localidad tiene que ser también en este noviembre el ejemplo a seguir por el resto. Porque estas medidas fueron definidas en su momento como un reseteo y ahora la reactivación debe empezar por donde comenzó. Ourense no puede esperar a diciembre.  

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