Francisco Lorenzo Amil
TRIBUNA
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EL ÁLAMO
Nos queda poco tiempo de humanidad en la tierra tal y como la hemos conocido. No, no me he pasado al bando de los apocalípticos de Greta Thunberg, tan solo he estado investigando los últimos prototipos de robots con IA que está brotando de los laboratorios tecnológicos más grandes del mundo: el asistente personal, el mayordomo, la novia, o la cuidadora de ancianos. Espeluzna.
La robótica humanoide será un inmenso negocio y, por más implicaciones éticas que puedan aparecer, nadie estará dispuesto a pinchar el globo
La novia es un bellezón, rubia, de ojos azules, que viste ropa negra y ajustada sobre un cuerpo escultural. Hoy vale alrededor de 150.000 euros. Mañana se fabricará como chinchetas y a precio de clase media. Sus movimientos todavía son algo grotescos, pero el realismo de sus expresiones faciales, incluido el pestañeo o atractivos tics femeninos, te deja sin palabras. Y es literal, porque habla por los codos. Está entrenada con inteligencia emocional para adaptarse a tu estado de ánimo y aparentar empatía, e incluso algunos prototipos dominan el arte del flirteo, es decir, saben causarte celos e incluso desarrollar un pequeño enfado, fingiendo orgullo humano.
Los asistentes domésticos para ancianos no tienen tanta apariencia humana, pero te traen las pastillas a la cama, y disponen de habilidades motoras avanzadas, así como entrenamientos específicos para interactuar con pacientes de alzheimer.
No sé si somos conscientes del mundo que se está gestando al otro lado del telón. En cualquier momento se elevará y enmudecerá el teatro. Hemos puesto mucho interés en los coches autónomos y, como su desarrollo ha sufrido mil escollos –lógico, por los peligros para la seguridad vial que podría ocasionar un fallo-, creemos que ocurrirá lo mismo con todas las tecnologías de nuestro viejo imaginario futurista. El vertiginoso desarrollo de los asistentes de IA, incluida la posibilidad de hacer videos realistas indistinguibles de la realidad, debería servirnos de advertencia.
Los humanoides se implantarán mucho antes, tan pronto como sea factible abaratar sus costes, porque vivimos bajo una epidemia silenciosa de soledad, que a duras penas logran amansar en algunos casos perros y gatos. Y aún así, pese al afecto y a esa habilidad de algunos animales para leer el estado de ánimo de sus dueños, no pueden hablar, que es la gran condición humana, y también nuestra necesidad y desahogo. La bellísima novia de Realbotix, en cambio, es capaz de conversar sobre cualquier cosa, y con ayuda de otras IA existentes a las que puede conectarse, tiene respuesta para casi todo, aunque su respuesta siga un razonamiento maquinal.
Otros robots están tecnológicamente mejor hechos, como los de la empresa de Elon Musk, pero renuncian a la apariencia humana: el bicho de Tesla baila bien cualquier estilo musical, pero su estructura no es agradable y el casco de moto que tiene por cara la hace indistinguible de una airfryer.
Entre unos y otros, más pronto que tarde, la deshumanización llegará a su extremo, haciendo de la interacción con máquinas el único contacto “social” que tendrán millones de personas en el mundo. Vivirán, en fin, en una triste ficción, acabarán pareciéndose más y más a sus robots –ya hay niños con el horrible sentido del humor maquinal de ChatGPT-, y morirán sin haber conocido más sentimiento humano que el que trágicamente pueda sobrevivir en su interior, en medio de esta cárcel tecnológica. Serán seres humanos castrados moralmente, capaces de cualquier atrocidad, porque desconocerán la empatía, la caridad, y la compasión que dirigimos al corazón de otros hombres.
La robótica humanoide será un inmenso negocio y, por más implicaciones éticas que puedan aparecer, nadie estará dispuesto a pinchar el globo. Creía que no llegaríamos a verlo, pero ya hay desarrolladores frikis en las redes besando en los labios a novias-robots y caminando con ellas de la mano en exposiciones internacionales. Está más cerca de lo que creemos. Y qué sentido tendrá entonces la poesía.
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